127. Amor entre dos mundos
Cuántas veces pude pedirte, Mario, que fuéramos al mar, pero siempre había una labor que hacer. Si no era plantar patatas, había que proteger de la helada las coles, o recoger la fruta antes de que el granizo las agujereara o los pájaros se la comieran, y yo siempre estuve a tu lado, viendo el sol salir y esconderse, siempre con los ojos rojos, la espalda torcida, las manos rotas y la piel cuarteada.
Lo siento, Mario, después de tu marcha, ya no pude más. Desbrocé todo el campo y me fui al mar. Me enamoró tanto que lo planté aquí. Aunque no es azul ni verde, puedo sentir las olas cuando el viento mece las plantas, bucear en su aroma cuando paseo entre ellas, y al atardecer sentada en la loma, maravillarme con su color.
Mientras viva, Mario, no le faltarán lilas a tu tumba.
Nos muestras como las obligaciones y los rigores de la vida de las mujeres campesinas les impiden, en ocasiones, llevar a buen puerto esos anhelos que darían otro sentido a sus vidas. Enhorabuena y suerte. Un saludo.
Gracias, Jesús por leer y comentar. Un abrazo
Esther, me gusta tu personaje y tu forma de contar su historia. Suerte y saludos
Muchísimas gracias por tus palabras, Calamanda. Un fuerte abrazo