66. Amor sin condiciones
Tengo una vida corriente, ni buena ni mala, la que me ha tocado. Vivo con otras tres como yo, y la Rosario, ya vieja para el oficio se encarga de las comidas y lo que vaya saliendo, entre nosotras nos ayudamos. Ocupamos una casa abandonada cerca de la playa y de la carretera, le faltan comodidades, pero es nuestra vivienda. Lo que necesitamos lo encontramos en el pueblo cercano. Eso si, debemos trabajar todos los dias, y no nos faltan clientes, por allí pasan muchos con sus coches y se paran en busca de un poco de consuelo. Yo voy a mi puesto por la mañana temprano y saco el reclamo: una silla de plástico blanca y mi cuerpo serrano. Detrás, en los cañaverales, nos escondemos para hacer lo que quiera el hombre de turno. Me duele mucho dejar a mi Paquito con Rosario, es tan lindo que me lo llevaría a a todas partes. Desde que lo tengo trabajo con otras ganas, ilusionada porque a la tarde estará conmigo. Cuando vuelvo me recibe en la puerta, entonces soy la mujer mas feliz del mundo, le doy su pienso, jugamos un rato y nos vamos juntitos a dormir.
No hay nadie que no necesite y agradezca el cariño. Una ocupación como la de tu protagonista, tomada como trabajo y acción mecánica, requiere que los sentimientos afloren por otro sitio. Como dice el refrán: «Cuanto más conozco a loa hombres más quiero a mi perro».
Un abrazo y suerte, Rosa
Sin duda, un amigo y un amor incondicional, Rosa. Potentes imágenes como esa silla de plástico blanca. Espero que nadie le quite ese momento de felicidad que tiene al regresar…
¡Abrazo!
Un relato duro, pero que muestra también vitalidad. El “voorpret” como refugio que anticipa la ternura de un reencuentro emocionalmente salvador. Enhorabuena, Rosa.
Un abrazo y suerte.
Josep, esa vida tiene que ser por fuerza dura, lo importante es que estas mujeres han buscado adaptarse a ella, y con la fuerza de la unión y el cariño, en el caso de la protagonista, a su perro, siguen viviendo, que no es poco.
Estoy de acuerdo contigo Ángel, creo que cualquier ser, no sólo humano, es capaz de generar sentimientos. Esta mujer y sus compañeras han desarrollado su propia forma de sobrevivir,, tan digna como cualquiera, aunque sea dura, y para llevarlo necesitan apoyos y algún tipo de ilusión.
Gracias por tu comentario.
Aurora, si te digo que parte del relato es real!
En la carretera entre Oliva y Denia (en Valencia), estas mujeres, para ejercer su oficio, se colocan en la cuneta junto a una silla blanca de plástico. Delante de los cañaverales. Ellas inspiraron mi relato, lo demás es fantasía.
Gracias.
Terrible historia la que cuentas. Al menos le queda el consuelo de su cachorrito y el poder cuidarse entre amigas.
Un abrazo y suerte.
Gracias Rosalía, la ayuda mutua entre iguales es fundamental para vivir en situaciones difíciles.
Nadie elige donde, cómo y con quien nace, desde ese momento nuestra existencia está condicionada.
Qué tristeza produce pensar que el amor, la ternura y la ilusión de la protagonista provienen de un animal. Vida perra la suya.
Muy perra, pero encuentra ilusión y amor donde quizá otras personas encontrarían desesperanza y resentimiento. Ese es el valor de esta mujer.
Gracias Edita por comentar.
Caramba, ese pienso que le da a su amor incondicional antes de dormir juntitos cambia por completo el texto, y lo hace más duro y enternecedor a la vez, una sorpresa con carga de profundidad, me gusta ese Paquito, que imagino será un chuchete sin pedigree.
Mucha suerte
Un chucho, “hijo de siete padres” dicen con retranca en mi pueblo. Los mejores: más fuertes, más listos y además no se compran, se adoptan y a quererlos!
Gracias Paloma por el comentario.