53. Angustia subsanable
Le gustan las caricias, pero Darío se esconde por los rincones cuando su padre llega a casa. Sus manos, tan secas de trabajar la tierra, le hieren al contacto con su fina piel. Que es un hombre de campo y de ahí la aspereza de sus dedos, le dice mamá. Al final lo acaba encontrando, y lo sienta en su regazo mientras le habla de la cosecha, y del bosque y sus animales. Luego, si nota la cara abrasada, el pequeño se pone agua para calmar el ardor. Su miedo a quedarse sin el líquido elemento le hace llevar nubes en los bolsillos. Algunas son grandes y sobresalen, y llueven un poco, y dejan a su paso un reguero de gotas. Su madre siempre sabe donde está siguiendo el acuoso rastro en el suelo.
Ahora parece que todo esto puede cambiar, pues tita Rufina trae un remedio de la capital: una crema de manos que permitirá a Darío disfrutar de las carantoñas de papá con una sonrisa.


Una imagen preciosa esas nubes en el bolsillo. Ahora ya solo falta convencer al hombre para que se eche la crema. No será fácil.
La imagen fue el inicio del relato: en mi cabeza vi a ese niño con unas nubes asomando por sus bolsillos, y entonces comprendí que padecía xerofobia (miedo a la sequedad). La historia vino después.
Tienes razón en que quizá les costará un poco que el padre use la crema, pues décadas atrás no se estilaba mucho que el género masculino las usara.
Me alegro si te ha gustado, Edita. Muchas gracias por dejar tu comentario.
Un abrazo,
Carme.
Me gusta el toque de realismo mágico costumbrista que le das al relato .
Un saludo
¡Qué bien si te ha gustado! La magia sucede en nuestra cabeza cuando entramos a leer historias con ganas de sumergirnos en ellas.
Te agradezco el comentario, Gema.
Un abrazo,
Carme.
El contacto de piel con piel transmite muchas cosas. A nadie le gustan las asperezas. Si una crema puede suavizarlas, al tiempo de evitar la generación de tristes nubes, puede ser remedio para evitar un miedo y disipar una fobia.
Un relato descriptivo e imaginativo.
Un abrazo y suerte, Carme
Es bien cierto… ¡cuánto puede decir el tacto! Pero el pobre Darío evita al padre por como le arde la cara luego. Menos mal que las nubes son sus buenas compañeras. Y esperemos que la crema sea el remedio definitivo.
Muchas gracias, Ángel, por pasarte por el relato a dejar tu comentario.
Un abrazo de vuelta,
Carme.
Mari Carmen, coincido con Edita en que esas nubes en el bolsillos son preciosas, y la historia muy tierna. Esperemos que ese padre acepte usar la crema para suavizar sus caricias.
Un abrazo y suerte.
Contenta de que esas nubes te parezcan preciosas 🙂
yo me imagino al niño por todas partes con ellas asomando, goteando…
Confío en que el padre usará esa crema y verá a su hijo más sonriente (y le costará menos encontrarlo cuando llega a casa).
Gracias por dejarme tu comentario!
Un beset,
Carme.