50. Antagonismo
Odiaba el azul. ¡Dios, cómo lo odiaba! Maldito color absurdo y detestable que lo rodeaba por todas partes. Ahí estaba, sobre él, tintando el cielo de forma repugnante. O en el mar, coloreando las aguas con sus despreciables tonalidades. Aparecía, por desgracia, impregnando de manera descarada incluso los iris de los ojos de sus hijos; mancillando su mirada inocente. Vil pigmentación que se aferraba a sus retinas como si quisiera absorberlas y hacerlas desaparecer. Pero lo curioso del caso es que él sabía que ese odio era mutuo. Estaba convencido de que el azul lo odiaba a él con la misma intensidad y que procuraba hacerse visible en cuantas ocasiones se le presentaban. Al final, ese duelo antagónico tuvo un claro vencedor. A él lo atropelló un coche azul cobalto y fue enterrado con un traje azul celeste en un ataúd forrado de un impactante azul eléctrico. Tal aberración fue posible porque su mujer, que era quien había organizado el entierro, había encontrado hacía tiempo otro príncipe azul, un hombre que conducía –casualidades de la vida–, un deportivo… exacto, azul.