52. Ataxofobia
Descubres, con fastidio, una gotita de sangre en el impoluto cuello de tu camisa. No recuerdas haberte cortado afeitándote. Chascas la lengua, contrariado, porque no puedes entretenerte mucho más. Te lavas manos y cara. Doblas con un escrupuloso ritual el pañuelo con el que acabas de secarte. Viertes Varón Dandy en el cuenco de la mano y te rastrillas el cabello para, a continuación, humedecerte el cogote. Guardas el frasquito en tu pequeño neceser. Contemplas tu reflejo en el espejo y disfrutas del silencio del cuarto de baño. Te relajas durante unos segundos. No soportas el ruido y tampoco el desorden. Probablemente por eso mismo eres bibliotecario. Recolocas la pastilla de glicerina en la jabonera para dejarla bien centrada. Te bajas las mangas y abotonas los puños de la camisa. Ajustas con mimo el nudo de la corbata y sales del baño. Atraviesas la sala de lectura y entras en el despacho. Allí tu solícita compañera acude para devolverte los guantes e informarte de que el tipo que subraya los libros aún sigue inconsciente sujeto a la silla. Y te advierte, asimismo, de la presencia de esa gotita de sangre que se te adivina en el cuello de la camisa.
David, no me extraña que lo haya dejado «inconsciente» (o algo peor). Yo tampoco soporte el desorden, aunque todavía no me he puesto los guantes.
Curiosa esa fobia con rasgos de TOC.
Un abrazo y suerte.
Algo tan deseable y necesario como el orden puede tener una deriva peligrosa si se lleva al extremo. Un lugar de recogimiento por excelencia ha quedado convertido en un espacio de violencia implacable. Da miedo pensar en lo que sucederà después de que salga de la inconsciencia.
Un abrazo y suerte, David
Escalofriante.