108. Bailando bajo el agua
Los escenarios de medio mundo vibraban ya con su danza cuando apenas tenía doce años. Era toda su vida. Sin embargo, la madre cerró los ojos una mañana de resaca en aquella maldita curva que recorre el acantilado y su ilusión se reventó contra las rocas. El mundo comenzó a girar, al contrario.
Bajaron a la playa. Habían desaparecido los castillos levantados en la arena y la luna extendía sus brazos magnéticos sobre el agua. Se acercaron a la orilla. Las olas jugaban a deshacer guijarros y esperanzas con su burla eterna de querencias y desprecios. Las ruedas de la silla dibujaron dos profundas heridas en la arena, dos cicatrices inseparables buscando el horizonte. El agua cubrió entonces las piernas tullidas de Parténope.
─Madre, ¿las sirenas tienen alma?
La madre contestó con un suspiro. La luna, las olas, el horizonte, la silla buscando el infinito.
─Madre, ¿tendremos escamas?
─Tal vez, cariño, y podremos seguir bailando trescientos años antes de convertirnos en espuma.
Luis, bella historia que puede ser un cuento largo y precioso. Suerte y saludos