84. Balada de otoño
Recuerdo el barro encastillado en el cauce del regato. La presa improvisada que paraba las hojas desterradas de los árboles. Las ramas desnudas saludando al viento de poniente. Allí jugábamos, entre los troncos de los chopos. Allí, sobre los restos moribundos del follaje, rumiábamos el sabor de los secretos. Los primeros secretos que apenas asomaban bajo la densidad espesa de la broza. Una envoltura de humedad nos protegía. Temíamos más a las pisadas cotillas de los viejos que al olor de la manada. A ella le era indiferente el humo furtivo del tabaco, los besos que, como ámbar prohibido, bebíamos a escondidas. Se asustaba de nosotros y buscaba la carne del corzo hacia los riscos.
Las blancas columnas que guardaba Nicole bajo la falda, y el orujo destilado de las risas del último verano, quemaban las tardes después de la merienda. Imitábamos el aullido de los lobos cuando la luna rompía el horizonte y habíamos saciado, solo en parte, el hambre adolescente. Dejábamos por fin el agua en libertad y en parejas, de camino hacia la ermita, apurábamos a sorbos nuestros labios, hasta que la preocupada voz de nuestras madres apagaba la luz lasciva de la noche.
Ese pelar la pava, esos años lejanos ya, para algunos, tan interesantes, de descubrimientos, en los que la pasión, la razón y el enamoramiento formaban una amalgama apasionante. Esos muchachos dejaban de ser niños, para convertirse, sin casi darse cuenta, en otra cosa llevados por su naturaleza interior, que se fundía con la de fuera. Ya se sabe que la primavera altera la sangre, pero el ser humano está en celo permanente, sea cual sea la estación, el otoño también es una época propicia para adentrarse en los misterios del cuerpo, para dejarse llevar por un instinto que busca preservar la especie. Tú lo has contado muy bien, en un relato muy trabajado que se lee con placer, con unos adolescentes como protagonistas que, al final del día, recuerdan que todavía no son adultos y han de recogerse y hacer caso a la autoridad materna.
Un abrazo y suerte, Juancho
Que tiempos Ángel, en los que el futuro se presenta maravilloso e incierto, casi infinito. Como un horizonte que permanece a la misma distancia a medida que avanzamos. Por desgracia no es más que un efecto óptico, y un día de repente ves que está mucho más cerca de lo que nunca imaginaste. Pero dejemos a estos críos que sigan su camino, que relativicen el tiempo mientras puedan.
Muchas gracias por tu comentario, siempre un placer, y un honor, recibirte por aquí. Un abrazo enorme!!!!
La manada. No consigo borrar esa palabra de la cabeza. Y solo se me ocurre decir que, no sé si adrede o queriendo, ;.) has dejado caer que son mucho más peligrosos los hombres que los lobos. Una hermosura de texto.
Pues cierta intención si había, aunque pensaba que al final había quedado bastante difuminada. De todas formas confieso que no había caído en las actuales connotaciones de la palabra manada. No exactamente como la interpretamos ahora nada más oírla, o tal vez sí, de forma inconsciente. En cualquier caso muchísimas gracias Edita! Un beso enorme!!!!