Bruja
Cada mañana, al recogerse el pelo, prende en él semillas, hojas secas, pétalos… A veces un papel doblado con unos versos:
Un cuervo grazna,
enmarcado en la nieve
sus plumas brillan.
Por la noche lo lee y se ríe. Ha pasado toda la jornada. Desenreda. Sus hebras canas van ganando espacio. Lo vivido allí impreso.
Al morir la anciana que la recogió y cuidó, que le había enseñado su saber; ella se quedó en la misma casita junto al río, fuera del pueblo y ya no volvió al colegio.
Más tarde llegaron las reuniones secretas. Sólo por divertirse habían creado entre ellas aquella contraseña: “En el moño traigo estramonio”. Denuncias y persecuciones. Desprecio y descrédito de todos. Tuvo que huir.
La noche de tormenta su perseguidor se despeñó. Le fallaron su ira y los pies. Se lo atribuyeron a ella.
Más lejos, más arriba en la montaña, más aislada. Sola.
Aún así, sabían cómo encontrarla. Pedían sus hierbas, un conjuro, lo que fuera. Acudían a ella.
El misterio y lo oculto habían sido su abrigo, su certeza, su asidero al mundo. Su vida apuntaba a la verdad.
La larga melena, que ahora mudaba al plata, un toque de luna.

