128. ¡Brujería!
Mi familia desciende de una casta navarra perseguida durante siglos, acusada de satanismo y brujería. Cuando mi hermana melliza y yo cumplimos los diez años, nuestra madre nos confesó que los agote poseemos un don especial que ambos estábamos a punto de descubrir.
Yo tardé en ser consciente de mi don. Sin embargo, mi hermana lo fue del suyo al soplar las velas de la tarta. En lugar de llamas amarillas sobre cada vela, bailaban dígitos numéricos cual flamencas. Y al apagarlas, las gitanas se desvanecían en el aire.
Mi hermana era, lo que la ciencia moderna llama, una niña sinestésica. Es decir, tenía una percepción cruzada de sentidos, donde el valor numérico marcaba la intensidad del color amarillo. A ojos de mi hermana, las llamas amarillas de las velas mutaban en sietes. “¡Ese don le servirá para indicar la madurez de los plátanos!» me burlaba yo. Pronto la invitaron a participar en estudios sobre la sinestesia. Tuvo suerte, siglos antes la hubieran quemado en la hoguera.
Yo descubrí mi don acercándose nuestro decimoprimer aniversario. Orinando me hallaba cuando mi hermana irrumpió en el baño y, señalando mis aguas menores, gritó «¡99!» Así descubrí mi don.
Angelines, ya me dirás, ? infección?
Me perdí en el sorpresivo final. Un beso.