71. Calígine (Blanca Oteiza)
En un lugar de cuyo nombre, no quiero acordarme, habitaba una criatura de grandes ojos y mirada perdida. Solía contarme que, tras las nieblas sempiternas abrazadas a las montañas, se escondían gigantes tan altos como diez hombres.
Llegué una tarde de primavera, cuando los días son largos y las flores decoran los campos. Los comienzos fueron solitarios, el tiempo lo invertía trabajando en aquellas tierras lejanas que nadie dibujaba en los mapas. Una tarde frente al edificio donde me alojaba lo vi, con esos ojos tan inmensos como el océano. No sé si fue casualidad, pero desde entonces las charlas se repitieron cada día después de mi jornada laboral. Nos reuníamos observando las montañas que flanqueaban el pueblo. Me contaba historias de gigantes que podían atravesarlas en dos zancadas, a mí me sonaban a invenciones. Un domingo alquilé un coche y me perdí entre la niebla, descubriendo qué escondía el paisaje oculto. Gigantes no encontré, pero las bestias que contemplé en aquel remoto paraje, no logro borrarlas de mi memoria. Tras ello tomé el primer avión de regreso a mi ciudad dejando atrás aquel lugar.
Esta tarde lo he vuelto a ver, con sus grandes ojos junto a mi portal.
Un viaje de fantasía que acaba sintonizando con la realidad hasta formar parte de ella. Dicen que las leyendas, pese a ser ficción, tienen su parte de verdad.
Un relato lleno de magia, con inquietante final.
Un abrazo y suerte, Blanca.
Muchas gracias Ángel, siempre bienvenidas tus palabras que tan bien analizan el relato.
Un fuerte abrazo
Estupendas imágenes y un final abierto e intrigante. La niebla, bien usada como en este caso, siempre atrae. Suerte y abrazos, Blanca.