58. Caminos convergentes (Alfonso Carabias)
Mi padre solía decir que nadie confía en los extraños, hasta que el tiempo los vuelve necesarios.
Las guerras acaban, pero las heridas permanecen, y en los pueblos alejados del bullicio, donde solo vale el trabajo duro, el ánimo acaba cubriéndose de una costra difícil de romper.
La tierra, sin embargo, es sabia. Por ello, pese a las miradas esquivas, los portazos y las noches al raso, he permanecido aquí, escuchando el murmullo del viento, escudriñando los pliegues del terreno y dejándome llevar por las brumas que nacen al alba.
Las señales me guiaron hasta un pedazo de tierra a las afueras del poblado, junto a una de las líneas de ley olvidadas en los mapas.
Allí vivía otra alma solitaria, con la que compartí los conocimientos que mi padre me transmitió para rastrear los ríos ocultos que buscan la luz. Ella me escuchó con calma y me permitió buscar en el corazón de su tierra.
Al principio la vara de avellano temblaba sin rumbo, incierta, hasta que la mujer puso su mano sobre la mía.
Entonces comprendí que el camino del agua que ahora se me mostraba, y el de mi destino, en cierto modo, siempre fueron el mismo.


Caminos convergentes y almas gemelas. Es cierto que a veces los extraños se vuelven necesarios.
Me parece un micro teñido de nostalgia y pegado a la tierra.
Un abrazo y suerte.
Gracias por tu comentario, Rosalía. Lo de ser extraño o no depende al final de las ganas que tanto uno como otro tengan de dejar de serlo.
Un saludo.
Un zahorí buscando agua puede encontrar a una extraña que deja de serlo para convertirse en la persona más importante. Lo fascinante es que todo suceda sin pretenderlo, como por casaualidad.
Un abrazo y suerte, Alfonso
Gracias, Angel. En cierto modo, de eso trata la serendipia. El protagonista busca reivindicarse como zahorí y al final encuentra algo aun mejor. Un futuro a compartir con otra persona.
¡Alfonso! Qué bueno leerte. Menos mal que el apartarse de los demás no ha sido para un final solitario o triste sino que tu serendipia ha hecho brotar el amor como los manantiales que a buen seguro descubrirán estos zahorís. Buen relato, suerte.
Gracias, Izaskun. Me alegra saber de ti también. Un abrazo.