85. CHACAL
¿Habéis escuchado alguna vez al viento luchar con los cipreses? Supongo que sí. ¿Pero lo habéis hecho una noche cualquiera de invierno cuando la luna nueva te suspende el aliento? Probablemente también. ¿Pero… tumbados quizás sobre una lápida? ¡Nooo, seguro que no! Si lo hubierais hecho no estaríais ahí escuchándome.
¡Maldito juego! Ocurrió hace mucho tiempo, sí, pero ni siquiera el viento, hacedor de olvidos, consigue llevarse mis recuerdos. Os juro que no quisimos abandonarlo, pero aquel terrorífico aullido nos heló la sangre y tuvimos que salir corriendo. ¡Lázaro, nuestro amigo Lázaro! ¡Siempre acompañado por un misterioso cánido negro!
Hoy he vuelto al camposanto dispuesto a continuar el juego, aceptar con resignación mi turno y librarme definitivamente del ciprés que me ha crecido en la conciencia. Me tumbo en la misma losa que todavía conserva las correas que lo sujetaron. El viento comienza su particular batalla. La luna se esconde. Un frío glaciar se escapa por debajo de la piedra y recorre mis venas poco a poco. La estatua, aquella estatua negra con olor a bálsamo, supuestamente de mármol, me mira con su cara de chacal y me enseña un extraño epitafio cincelado en su pecho: “OTREUM EVUTSE NÉIBMAT OY”.
¿Sueño, pesadilla o realidad?. No sabría definir tu impresionante historia, pero sí me ha producido una honda emoción.
Te felicito por la forma escogida para relatarlo.
Escalofriante relato que recuerda a los clásicos de lo gótico.
Que no te crezcan en la conciencia sino laureles.
De lo mejorcito que he leído este mes.
No te hará falta suerte.
Un abrazo.
Gracias, María Jesús, Paloma, y qué decirle a «mi Yolanda». Tres pesos pesados que envidio y admiro.
Me ha encantado la escena de los cipreses, la luna y el frío.
Siempre me han dado pena los cipreses, pues con su inmutable vigor y vida en sus hojas (agujas) perennes, es símbolo de vida pero curiosamente al ubicarlos en los cementerios, han pasado a ser símbolos de muerte. ¡Qué injusticia!
Suerte Luis y un abrazo.
¿Injusticia?. Los cipreses tienen flores masculinas y femeninas. Las femeninas, son esas bolas redondas que todos conocemos. Tomad una grande y hermosa. Ya de entrada te manchas las manos de resina, base de los ungüentos que utilizaban para embalsamar los egipcios (resinas de cedro más bien, pero en fin…)
Cortad ese fruto justo por la mitad, y ¿qué os encontráis? Dos hermosas y tétricas calaveras. ¿Casualidad? ¿Feminidad?
Un abrazo, Isidro
Un relato gótico en el que me llama la atención, además de la aparente soltura a la hora de narrar, esas preguntas que lanza el protagonista para interactuar con los lectores y aumentar la sensación de miedo, aunque, sobre todo, destacaría el arrepentimiento que hace que el personaje vuelva al lugar de los hechos para asumir el mismo destino. También resulta original el detalle del epitafio escrito al revés y no en latín, como diferencia con la práctica habitual.
Un abrazo, Luis. Suerte
Luís tu micro te va trasladando el miedo, que acaba transformándose en terror. El peso de ese recuerdo y el remordimiento que pesa en el alma del protagonista le lleva a asumir el destino al que una vez arrojó a su amigo. Muy bueno. Enhorabuena. Un abrazo. Gloria
Me gusta tu relato, Luis!! Cómo enganchas al lector con las preguntas iniciales… mola mucho!!
Y todo lo demás; además, me viene a huevo para mandar este chiste que me encanta:
– Seguros Tutiplén, ¿dígame?
– Oiga, que me he hecho gótico
– Y ¿a mí, qué me cuenta?
– Como en la póliza pone que hay que dar cuenta de un siniestro…
Beso
Bueno, no puedo contestar individualmente a todos porque estoy francamente… por cierto, estoy en Baños de la Encina recogiendo otra buena noticia.
En fin, gracias a mi cirujano Ángel, a Ana, Auro y Gloria. Me encanta ver que he transmitido lo que pretendía: el remordimiento, la plasticidad de los cipreses, el frío gélido de la muerte (es lo que tiene Anubis), y sobre todo las preguntas iniciales buscando la proximidad del lector.
Besos y abrazos a gogó.
Hermoso lenguaje con el que haces una descripción de un momento intemporal e inquietante y un final que me deja perplejo y enganchado a la historia. Enhorabuena.
Uf, me ha puesto la carne de gallina. Qué relato tan potente y tan magistralmente narrado. Me voy a meterme debajo de la cama. Un abrazo, Luis.
Hola, Ezequiel. Con setenta y dos días, con setenta y dos palabras más hubiera terminado de embalsamarlo. Solo pude utilizar 200.
Gracias. Un abrazo
Noooo, Belén, debajo de la cama noooo… que allí es peor. Allí apenas podrás patalear…
Besos.
¡Buen relato de miedo!
Y es que vaya con el jueguecito, con correas y todo…
Me gusta especialmente el ciprés de la conciencia y el frío progresivo en las venas.
Un saludo Luis.
Carme.
Hola M. Carmen. Me encanta jugar con esa forma de metáforas. El símbolo que tenemos adjudicado a algunas palabras tiene más fuerza que su propio significado literal. «Ciprés» es una de ellas. Sí, estoy contento. La «Palabra», siempre la «Palabra» justa es mi obsesión; a veces conseguido y otras no.
Gracias, y un beso.
Luis, potente historia y final. Bien contada, saludos y suerte.
Un beso, Calamanda
Fantástico relato. La conciencia, los remordimientos (la frase «librarme definitivamente del ciprés que me ha crecido en la conciencia» una genialidad), los juegos y las cosas que sin querer hicimos a los amigos, los bálsamos, los recuerdos, el frío…has sumado todo en un relato fantáticamente helador. Felicidades.
Gracias, Reve Llyn. Siempre me ha impresionado lo fríos que se quedan los muertos. ¿Acaso no habéis notado que siempre hace un poquito más fresco cerca de los camposantos? Eso es porque no todas las lápidas están bien selladas.
Un placer haber compartido estos minutos, y otros cuantos más con el último micro del «Microscopio».
Besicos
Te ha quedado un micro francamente inquietante, Luis. Me encantan las imágenes del ciprés, de la estatua negra, el epitafio escrito en espejo…Digno de reunión alrededor de una hoguera (y luego no pegar ojo).
Mil abrazos
Un relato escalofriante, una narrativa acertada que nos hace vivir ese juego tan macabro como si lo presenciáramos. Un final original con esas letras del epitafio escritas al revés, quizás un espejo venido del otro lado se atreva a leerlo.
estupendo Luis, un beso y suerte.
Un relato muy potente, por historia y por la puesta en escena que has ideado y que me parece muy bien hilvanada. Empiezas arriba, enganchas y no bajas en ningún momento la tensión narrativa. Mucha suerte 🙂
Hola Izaskun. Hay una imagen que me persiguió mucho más que la del ciprés, o el «Anubis» petrificado y es la del «viento hacedor de olvidos». Si en otro tiempo fueron caballos, bisontes en estampida o cataratas… no sé, en este relato, y en otros recientes, es la que me obsesiona. Bueno… cosas mías.
Pues eso, que no te falten nunca los besos.
Hola, Mª Belén. Sabes que eres un referente para mí, por eso te agradezco más tu «paradiña». Cómo has acertado en mi pretensión con lo del epitafio. No solo con la forma, sino también con el fondo, quise confundir la realidad y lo aparente. Cuando el cánido nos dice que estuvo realmente muerto cuando aparentemente estuvo en vida… Bueno, en fin, digo lo mismo: cosas mías.
Por cierto, ¡si supieras las horas que invertí intentando decir eso mismo con un palíndromo…! Pero no fui capaz.
Gracias, Mª Belén y un abrazo.
Bueno, Juan Antonio, si a ilustres como tú les ha gustado, pues va a resultar que me doy por satisfecho. Es cierto que la tensión en cualquier relato debe ser progresiva. Al menos eso busco, y no se puede empezar demasiado fuerte porque agostas todos los recursos. El corazón necesita en ocasiones un buen bocado. Un bocado que le frene.
Un abrazo enorme, Juan Antonio.
«Agotas», quería decir agotas todos los recursos.
Sabemos que la sombra del ciprés es alargada y la conciencia necesita luz. Me ha encantado la ambientación y esas preguntas iniciales para que el lector se impregne de ella, y el final, genial. Enhorabuena, Luis. Abrazos.
¡Salvador… maestro! Gracias.
Un caluroso abrazo.