89. Clases particulares (Pablo Cavero)
Mi madre se empeñó en que aprendiera alemán ese verano. Yo era reacio. La caminata hasta el chalet y el horario de las clases en plena calima de la siesta, no ayudaban a motivarme. Me recibió la amiga de mi madre, germana de rasgos innegables. Mi mente completó el dibujo de las partes de su cuerpo que su top y la escasa falda, escatimaban a mi mirada. Tenía proporciones de modelo. Aparentaba diez años menos.
Aquella noche no me la sacaba de la cabeza, apenas dormí. La segunda clase fue junto a la piscina. Luego ella me desnudó y nos bañamos libres. Tomó la iniciativa de una clase particular de libido y pasión que transcurrió por todas las estancias. La madrugada nos sorprendió en la geografía corporal del deseo.
Disfruté la fantasía tres días, hasta que su amiga nos pilló in fraganti. Lejos de escandalizarse, le resultó divertido y a cambio de su silencio bisexual, creó un trío. Entre ellas surgió una chispa de lujuria, se ansiaban por tiempo completo. En ese triángulo la hipotenusa era mi diosa germana, y yo un cateto que se hacía invisible. Así que eliminé la tercera incógnita de aquella ecuación tan complicada.
Este muchacho empezó intentando aprender un difícil idioma con desgana, para terminar interesado en unas clases prácticas geografía corporal, más un máster sobre el amor abierto. Si el idioma que pretendía dominar ya era complejo de entrada, lo que vino después tampoco resultó sencillo, pero seguro que algo aprendió. En todo caso, será un verano que nunca olvidará.
Una historia estival sobre el despertar del cuerpo, que seguro que Pitágoras incorporaría a su famoso teorema.
Un abrazo y suerte, Pablo
Clarificador tu comentario, como siempre Ángel, un placer leerlos. Muchas gracias,amigo. Un abrazo.