62. Complejo enemigo
Cuando Kunumi recobró el sentido comprobó espantado que yacía entre los cadáveres del resto de su tribu. Los desconocidos, que momentos antes habían llegado disparando indiscriminadamente, tenían preparada ahora una hoguera en la que iban arrojando los cuerpos.
Kunumi debía darse prisa, zafarse cuanto antes del abrazo inerte de los suyos y huir sin ser visto. Pero perdía tanta sangre que dudaba de poder hacerlo. Tuvo que esperar a no tener peso encima, a punto de ser arrojado él también, para arrastrarse a duras penas y desaparecer entre la maleza.
Pasó meses agazapado en la selva sanando sus heridas. Fabricó armas y amuletos. Efectuó rituales sagrados. Recuperó su acostumbrada fuerza. Y ataviado como el gran cazador que era, con el alma y el arco tensados para la venganza, empezó a subir un día la gran montaña que lo separaba del enemigo.
La noche cayó cuando encaraba el último tramo, mostrándole un extraño fulgor que perfilaba la cumbre. Su paso fue cobrando cautela. Hasta detenerse abruptamente al llegar arriba. Su brava figura parecía de bronce iluminada por las luces de la jungla de hormigón que vio. Un portentoso rótulo, indescifrable para él, resplandecía sobre todo ello: «El indígena, hotels & resorts».
Nunca sobran las denuncias de tantas tropelías contra los pueblos indígenas. Y mucho menos sí están tan magistralmente escritas como tu relato, Enrique. El fulgor de ese rótulo me ha dejado una herida que solo las buenas letras pueden provocar. Enhorabuena y gracias por compartirlo. Un abrazo.
A veces pienso que debería dar mayor compromiso a mis relatos, pero luego acabo yéndome por otros caminos, ideas más fáciles, supongo, porque lo otro me cuesta hacerlo sin caer en obviedades o en ponerme demagógico. Me alegra mucho que te haya gustado este intento. También el comprobar una vez más tu enorme generosidad. Muchas gracias por todo, maestra, y un abrazo.
Esos enemigos «desconocidos» son, efectivamente, una plaga peligrosa que parece que no tenga fin. Lo peor, en el caso de tu relato, es que no se detienen ante nada, no les importa eliminar las trabas que, estiman, son molestas para sus objetivos, que son tan simples como tajantes: enriquecerse a cualquier precio, incluso a costa de vidas humanas, sin respeto a lo más sagrado y con ausencia de todo escrúpulo. Tu protagonista, que escapó de milagro, va a tener difícil sobrevivir en un entorno tan implacable, en el que se imponen los villanos, que además, como los nazis a la entrada de Auswitz: «El trabajo os hará libres», encima utilizan una ironía cruel llamando a sus conjuntos turísticos: «El indígena».
Originalidad y buena narrativa, marca de la casa.
Un abrazo y suerte, Enrique.
Son muchos los genocidios cometidos a lo largo de la historia por el hombre, especie capaz de lo peor y de lo mejor, aunque en el balance final siempre salga ganando su faceta dañina. Esa cruel ironía a la que te refieres quizá forme parte de su naturaleza, dado el uso tan frecuente que hace de ella, como si cambiando la definición de sus crímenes pudieran cambiar su terrible significado, aunque teniendo en cuenta su obvia gravedad podríamos hablar también de cinismo. Muchas gracias por estupenda lectura y tus profundas y acertadas reflexiones, Ángel, también por tu acostumbrada generosidad. Un abrazo.