81. Comunión
Todavía conservo su reloj. Aunque pasó por las muñecas de todos mis hermanos siempre fue el suyo. Por las de las chicas no, como si para ellas el tiempo fuera relativo o no estuvieran sometidas a su tiranía euclídea. De sus regalos solo recuerdo el de Adela, porque era la pequeña hasta que nací yo: aquellas acuarelas con las que pintaba las paredes, antes de que se las requisaran frustrando así una vocación quizá algo temprana. También heredé el traje, con la cruz latina que me cruzaba todo el pecho, con aquellos cordones tan dorados y hombreras de general. Pero esto fue más por cicatería que por la intención de transmitir el linaje familiar a través de un mecanismo cuyo engranaje parecía eterno. De no haber muerto papá aquella tarde de repente, tal vez hubiera tenido que deshacerme de su esfera amarillenta, de sus manecillas afiladas, de su correa de cuero recubierta de una pátina de polvo y sudor que la oscurecía cada año más, en favor de un nuevo vástago. Dejó siete huérfanos y una viuda que jamás quiso volver a quedarse embarazada. Y el reloj al que hoy, no sé por qué, vuelvo a dar cuerda.
Viuda, siete huérfanos, un traje de comunión y un reloj que vija de muñeca en muñeca, símbolo del transcurrir del tiempo, de la necesidad, de la austeridad compartida. Tiempos difíciles, como hubiese dicho Dickens, pero al fin y al cabo los suyos, los que ha conocido, su vida, a la que aún le queda cuerda.
Un abrazo y suerte, Juancho
En mi época, o en mi familia, a cuenta de las estrecheces de aquellos años, era costumbre heredar el reloj del hermano mayor el día de la comunión, que a la postre era el que salía beneficiado con uno nuevo. Todo lo demás literatura, aunque en este caso creo no haber encontrado lo que buscaba. Bueno en parte sí, tu impagable comentario, tan certero y amable como siempre. Un fuerte abrazo, Ángel!!