90 Con faldas y a lo loco
Nunca me gustaron las faldas. Los pantalones son mucho más cómodos para todo. Para jugar en el parque, subirse a los árboles o andar en bicicleta.
El día de la primera comunión no tuve elección. Blanco, hasta los tobillos, con un enorme lazo en la cintura. No paré hasta que dejaron que me lo quitara tras cortar la tarta y las correspondientes fotos.
Afortunadamente todo evoluciona y me casé con un elegante traje de chaqueta que todavía me servía en el bautizo de María. Creo que acabé creando una especie de tradición familiar. Las dos estamos guapísimas en la foto del salón. Cada una en su estilo, pero con pantalones negros y camisa blanca.
Incluso en mi funeral, más de uno recordó que me iba al otro barrio con los pantalones bien puestos. Y yo feliz, en mi ataúd, con la misma ropa de la foto, más apretada por el paso de los años pero… ¿a quién le importa?
Cae la noche y suena música. En el nicho familiar, mi abuela sonríe con la experiencia de décadas en este barrio. Guiña un ojo y me lanza su enagua para que pueda unirme a la fiesta.
En el caso de tu protagonista está claro quien lleva los pantalones. Has retratado a una mujer con personalidad, decisión y las cosas claras. La ropa es un rasgo más que nos define, que habla de cómo somos en conjunto.
Ella mantuvo esa coherencia en vida, lo que no quita para que, incluso en la otra, vuelva a recibir presiones para utilizar las dichosas faldas que tanto detesta. Sin embargo, imaginamos que ella aportará un poco de aire fresco y hará que sus antepasadas respeten su estilo y hasta cambien el suyo.
Un relato simpático y rompedor.
Un abrazo y suerte, Mar