85. Condicionamiento natural
Yo tenía siete años cuando mis padres reformaron la casa para dotarla de baño. Tal hecho puso fin a nuestra ancestral contribución a la cadena trófica, realizada mediante regulares visitas a los campos circundantes, además de permitir que subiéramos a un tren del progreso en el que como mínimo tendríamos derecho a asiento. No evitaría sin embargo que el canto de los petirrojos en invierno, por poner un solo ejemplo, me evocara por siempre aquel frío en la piel desnuda, así como el vapor de mis orines cayendo sobre la escarcha de un suelo minado de excrementos.
Marta y yo hacíamos nuestras necesidades matinales muy cerca el uno del otro, aunque separados por una barrera de saucos que impedía que nos viésemos. Nunca nos habíamos hablado, pero ocurrió que un día la oí gritar y corrí a ver qué pasaba. No he visto jamás una imagen más pura que la suya entonces, llorando de pie junto a una flamante deposición. Enseguida comprendí todo, e intenté tranquilizarla diciéndole que yo había pasado por lo mismo, y que las infusiones de nogal me habían curado. Una vez superado el miedo, huyó avergonzada. Amor y lombrices: he aquí otra de mis inevitables asociaciones.
Somos la suma de todo lo que fuimos antes, de vivencias y aprendizajes, de sensaciones, incluidos detalles que pueden, tal vez, parecer escatológicos, pero que son del todo naturales. Hay recuerdos que, lejos de ser nimios, quedan grabados para siempre, lo que demuestra su importancia.
Es natural y necesario que el cuerpo lleve a cabo sus procesos, que nos condicionan a todos los seres vivos durante algunos instantes cada día, a lo largo de toda una vida, como natural es sentir el amor, algo que se produce cuando alguien a quien se considera igual, porque le suceden las mismas cosas, descubrimos que tiene diferencias que nos fascinan y complementan.
Un relato muy original, porque, partiendo de detalles sencillos y cotidianos, a los que no damos importancia, se abre paso hacia ese milagro que supone que dos personas congenien, todo ello contado con la maestría y el estilo al que nos tienes acostumbrados.
Un abrazo y suerte, Enrique
Generoso en tu valoración, acertado en tu lectura, pródigo en reflexiones que enriquecen el texto…; eres impagable, Ángel. En este caso además logras que me quede más tranquilo con el resultado final, pues ya te puedes imaginar lo difícil que me ha resultado elegir qué contaba y qué no.
Muchas gracias por todo y un abrazo.
No hay tema que no sepas convertir en ternura. Recuerdos de una infancia que no volverá, de un tiempo más duro, pero a la vez del encuentro del primer amor. Y en unas circunstancias… Un gran relato, en definitiva. Abrazos!
Desde que salió este color como tema pensé en utilizar aquella parte de mi infancia como contexto de una historia. Había mucho que contar, por lo que el mayor inconveniente ha sido la falta de extensión. Me alegra que te haya gustado, Pepe. Muchas gracias y un abrazo.
😀 😀 😀 No es para reírse, sino para sacarse el sombrero ante tanta delicadeza, pero no lo he podido evitar.
Hay mucha pureza en la primera infancia (sobre todo en aquella, :-)), y yo sólo he intentando mirar la situación con esos ojos. Muchas gracias, Edita. Un abrazo.
Un marrón escatológico no exento de finura, ternura y maestría. Marca Mochón.
Enhorabuena y suerte.
Me alegra mucho lo que dices, porque de las primeras ideas que iban saliendo a lo que finalmente ha quedado en el papel va mucho en todos los sentidos. Muchas gracias, maestro Rafa (que tú sí que tienes maestría), y un abrazo.