28. Confidencias sobre raíles (Luisa Novelúa)
Dos hombres y un mismo destino. Dos billetes de tren y una conversación. Juan y Pedro intercambian anécdotas, muchas de ellas hilarantes, aunque hayan sido momentos incómodos, incluso dramáticos. Es lo que tiene viajar y conocer gente. Podrían escribir un libro entre los dos y se forrarían, dice Pedro, o planificar un crimen perfecto y deshacerse de aquellas personas que les amargan la vida, bromea Juan.
Una estación, dos números de teléfono, un hasta pronto. Cada uno retoma su camino. Pedro se dirige como un autómata hacia la zona comercial de la ciudad; Juan consulta en un mapa la localización de los monumentos más emblemáticos y callejea con la cámara de fotos colgada al cuello. Uno fantasea con la libertad del viajero; el otro, con el hogar que espera al viajante. Cuando al día siguiente se vuelven a cruzar, se saludan con una sonrisa y siguen de largo. Demasiadas confidencias y un inesperado rubor.
Luisa, percibo un sentimiento tierno en esa amistad y mucha química. Suerte y feliz verano. Saludos
Gracias, Calamanda. Te deseo también un feliz verano. Un abrazo.
Dos hombres desconocidos comparten transporte. Viajan solos, pero la ilusión de los días que les esperan les produce una euforia similar. Hablan y, llevados por el calor de esa charla despreocupada, la relajación y el largo viaje, comparten confidencias de las que no se rebelan a cualquiera. Al llegar al mismo destino, pese a esa aparente amistad que acaba de forjarse, cada uno marcha por un camino diferente, con lo que se demuestra que todo fue fruto de un momento que no estaba destinado a perdurar, algo que se confirma en el trayecto de retorno, cuando las ilusiones del viaje ya han terminado, con un arrepentimiento por haber hablado de más.
Un relato sobre la complejidad del comportamiento humano, en el que se remarca la necesidad de que las relaciones pasen diversas pruebas a lo largo del tiempo para conocer de verdad si van a asentarse. Este viaje de ida y vuelta demuestra que la mistad de tus personajes solo fue flor de un día, de unas horas a lo sumo, que los viajes nos transforman, son pequeños espejismos, paréntesis y excepciones antes de que vuelva a imponerse la realidad tozuda y conocida de siempre
Un abrazo, Luisa. Suerte
Ángel, se dan situaciones en las que conectas de tal modo con un desconocido que te abres más que con gente de tu vida cotidiana. Quizá porque en el fondo sabemos que no vamos a volver a verlo. Muchas gracias. Un abrazo.
Luisa, tu texto me gusta mucho por lo que nos cuentas y como lo haces. Nos muestras con sencillez una situación que tiene mucho de real; que nos abrimos ante el desconocido porque sabemos que no lo volveremos a ver. Sobre esto, me da la impresión de que en la actualidad somos más desconfiados y, en ocasiones, evitamos el contacto con el que tenemos al lado. Para eso nos vienen de perlas los móviles y otros cachivaches similares; en otras épocas serían los periódicos o los libros. ¿Qué es mejor? ¿ponernos a hablar de todas nuestras intimidades con el que no conocemos de nada o ni mirarlo? Quién sabe. Saludos y suerte.
Jesús, una interesante pregunta la que formulas al final de tu comentario. Daría para un buen debate. Pero si pensamos en nosotros como seres sociales, quizá lo más «sano» sea lo primero. Sería como una terapia gratuita. Muchas gracias. Un abrazo.
Como te he dicho en tu blog, es increíble la manera que tenemos de confiarnos a un extraño mientras viajamos. LO has narrado muy bien. Suerte.
Besicos muchos.
Sí, es sorprendente pero, a veces, sucede. Muchas gracias, Nani. Un beso.
Es un excelente inicio, un tren. ¿por qué el rubor, por qué cuando ya se ha contado todo o casi a alguien que también lo ha hecho? Somos raros los seres humanos.
Y sin embargo eso pasa y tú los has contado perfecto. Felicidades!
Puede crearse un ambiente de confianza con un desconocido que nos lleva a contarle intimidades quizá porque pensamos que nunca vamos a volver a ver a esa persona. Quizá sea algo parecido a una terapia. Muchas gracias, Luisa. Un abrazo.
hay cosas que son más fáciles de contar a un extraño precisamente por esa condición, por la falta de implicación que tiene con nosotros. Estas conversaciones eran antes más usuales que ahora, debido a las nuevas tecnologías. Los lugares eran las salas de espera, los parques, los puestos de los mercadillos, los trenes, los autobuses… ahora cada uno está inmerso en su propio teléfono móvil que, en realidad cumple el mismo papel: proveernos de amigos virtuales con los que actuar «sin mojarnos demasiado» de ahí su éxito generalizado.
Tú lo has sabido retratar en tu texto, Luisa. Un saludo.
Efectivamente, ahora nos parapetamos detrás de dispositivos móviles para abrirle nuestros pensamientos y nuestra vida a otros que, en muchos casos, también son desconocidos.
Muchas gracias, Manoli. Un abrazo.