120. CONTINENTE BLANCO
Faliz dejó resbalar su espalda por la pared de adobe. Shaira cerró sus enormes ojos y se sentó también en el suelo. Abrazó sus piernas y levantó la barbilla para tragarse el olor de la sabana. Un baobab solitario recortaba sus ramas sobre un horizonte de fuego.
─¿Cuándo te vas?
─Mañana, al amanecer.
─Dicen que más allá de Agadez hay un mar de arena sanguinario que devora caravanas y cuerpos con mayor crueldad incluso que el Mediterráneo.
Solo respondió el silencio. Un silencio cómplice, intenso, prolongado. Sus manos se buscaron, se trenzaron, se abrazaron. Dejaron que la noche apagara lentamente el horizonte y el fuego de sus cuerpos encendidos. Shaira decidió entonces abrir sus enormes ojos blancos. Blancos como el cielo que se esconde más allá del manto acribillado. Acostumbrada a la oscuridad, nada cambió para ella.
─Faliz, ¿hay muchas estrellas?
─Dicen que hay más de cien mil millones. Cuando vuelva de España la nube blanca de tus ojos será un recuerdo y podrás contarlas tú misma.
El silencio se hizo dueño de la manyatta mientras una vaca restregaba su testuz contra las cañas de la choza y ellos dejaban que se incendiaran nuevamente sus cuerpos de barro.
Que bonito escribes, Luis.