78 Contraluz
Siempre que vuelvo a la casa de mis padres, los soldaditos de plomo y el retrato de Audrey Hepburn hacen rebrotar las alegrías de mi juventud, pero esta vez es diferente. Me siento en el sofá y veo como los ciervos vagan por los cuadros. Mis dedos acarician los libros y se manchan de un polvo fino. Desde la ventana intuyo un aparcamiento para coches en construcción. El diseño novedoso de las farolas refleja en la pared de la sala una sombra que parecer escrutar mis movimientos.
Mientras una polilla se bate contra la lámpara del techo, bajo la persiana para ver todo mejor.
Regresar a la casa paterna es una experiencia, pero no siempre grata. Quizá pueda compararse con las Navidades, en las que somos conscientes de lo que fuimos y vivimos, de con quien estuvimos y de vivencias pasadas y a menudo idealizadas que, por mucho que las queramos repetir, por tradición y costumbre, no pueden ser lo mismo. Todo está en continuo movimiento, pero hay cosas que desearíamos que no cambiasen nunca.
Un relato que transmite a la perfección la sensación agridulce de la nostalgia.
Un abrazo y suerte, Antonio
Gracias, Ángel, por tus comentarios incansables y tan acertados siempre. Esta vez le tocaba a la nostalgia, otra forma de luz interna y, en ocasiones, dolorosa. Es un honor tener tan buenos lectores como tú. Un fuerte abrazo.
Leerte es SIEMPRE un placer y que aparezcas por estas luces es SIEMPRE una buena noticia, amigo.
Tu relato es complejo y sencillo a la vez, por eso se parece tanto a la vida y duele como ella a veces.
Felicidades y suerte.
¡¡Salva, gracias por escribir, compañero!! Como bien dices, he vuelto con la luz, después de una temporada atareada y extraña. A veces en la oscuridad y en la distancia se ve todo mejor. Así todo, ¡¡a ver cuándo nos vemos las caras!! Un fuerte abrazo, amigo.