75. Cosas de vampiro
Me cuenta que sus fobias son un castigo divino, que solo retornan los que son rechazados por la tierra, por lo que su continuidad en este mundo pasa por soportar esa maldición. Habla poco y, cuando lo hace, sus palabras no denotan el tormento que cabría esperar de su situación. Antes diría que hay jactancia en sus maneras: la vanagloria, tal vez, de quien se siente muy especial.
Llevo días adaptándome a los horarios que impone su fotofobia, al triste efecto que en las comidas tiene su aliumfobia, al constante y severo cuidado que hay que observar con su estaurofobia, así como a un sinfín de rarezas suyas, entre las que sospecho que está la de no lavarse mucho. Todo sea por gozar de su disputada compañía, por conversar con alguien ante cuyos ojos han ido desfilando los siglos.
Hoy, al igual que en noches anteriores, hemos subido a la azotea de su castillo. Ha estado contemplando la ciudad mientras yo lo miraba embebecida, imaginando el tropel de vivencias y recuerdos dignos de ser contados que su silencio reprimía, hasta que de pronto, con aire trascendente y voz de sarcófago, ha dicho: «Todo esto que ves, querida, antes era campo».
Conideramos las fobias algo negativo, cuando las de tu personaje lo.han llevado a convertirse en una longeva leyenda, tan temida como respetada y llena de personalidad. Sin embargo, puede que no sea oro todo lo que reluce, la frase del final bien podría ser equipararse a la tópica y consabida sobre el tiempo meteorolóhobo en un ascensor.
Has descrito las manías que hacen a un vampiro serlo, con palabras nuy cuidadas que encajan con armonía y que hacen, una vez más, tus lecturas deleitosas.
Un abrazo grande y suerte, Enrique
Muchas gracias, Ángel.
Supongo que pocos mitos están a la altura de la idea que se tiene de ellos, y este vampiro no parece una excepción. Espero que los siglos venideros contribuyan a enriquecer esa personalidad que tan interesante se prevé. Me alegra mucho tu valoración. Es un relato que se me había atascado al principio pese a tener claro lo que quería contar. Seguro que sabes lo que digo.
Un fuerte abrazo.
Jajaja, menudo chasco, aquí el inmortal, soltando una sentencia que bien podría ser de mi abuelo. ¿Tantos siglos para eso? No sé yo si a tu prota le va a compensar el esfuerzo.
Un abrazote, Enrique.
Muchas gracias, Ana.
Lo peor de este vampiro es que también es un poco “fantasma”. Si no hinchara él mismo tanto las expectativas, seguramente el chasco sería menor. Espero que la prota escarmiente pronto y se vaya, que ya sabemos cómo las gastan estos condes.
Otro abrazote para ti.
Relato escrito con muy buena pluma. El final, además de sorprendente, es genial.
Muchas gracias, Edita.
Como suele ocurrirme, una vez publicado el relato me entra la desconfianza en él, por lo que me alegra mucho lo que dices.
Un abrazo.
Entiendo la atracción por un ser que ha vivido siglos . Si se hiciera un documental o un reportaje con la información recaudada, no imagino un final que describa mejor al ese vampiro que la elegante y exquisita decadencia de su última frase.
Un saludo .
Muchas gracias, Gema.
Me gusta mucho tu comentario. Quizá el mayor defecto de este vampiro sea su vanidad, porque, dejándola a un lado, él no tiene por qué responder de la atracción que su naturaleza despierta, como tampoco esforzarse por detener esa decadencia que tú apuntas y a la que seguramente se vea abocado por muchas razones.
Un saludo.
Enrique, los vampiros molan, aunque con tanta fobia resultan un poco tiquismiquis.
El final me ha matao: ¡creo que esa frase es suficiente para salir de allí en busca de un hombre lobo!
Un abrazo y suerte.
Jajajaja.
Muchas gracias, Rosa.
No sé yo el hombre lobo qué tal. Es verdad que los vampiros molan, y este lo haría más si abriera menos la boca. No los veo, en cualquier caso, viviendo en pareja, aunque nadie se escape de tener sus cosas y sus ratos.
Otro abrazo para ti.