101. Costuras
A sabiendas de que nadie me observa, ensayo mi cara de domingo frente al espejo. Los arcos de mis cejas dibujan dos paréntesis en retirada; no consiguen aclarar esta mirada perdida. La culpa es de la fugaz imagen de tu beso al despertar, que se ha quedado prendida bajo mis párpados. Con un leve pestañeo cae en el lavabo y es arrastrada por un chorro de agua fría. Por un momento, he recordado la sed que me provoca tu cercanía y mis mejillas se han arrebolado.
Con la vista puesta en mi rostro, busco el fino hilo que borda las comisuras de mis labios y, suavemente, tiro de él hasta encontrar el equilibrio de una sonrisa perfecta; la anudo fuerte a nuestros días de sofá y manta, a los paseos por la playa, a las rutinas de hogar y sábanas empapadas.
Estrenando la primera sonrisa del día, me giro despacio sobre mis talones para mostrarle al mundo mi feliz semblante.
Pero entonces recuerdo que me dejaste hace dos días, y la daga afilada de tu abandono descose con brusquedad los hilvanes. Y, de nuevo, aparece esa oscura mueca de infinita tristeza que me desbarata la estudiada pose.