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Nadar es lo que me ha mantenido vivo hasta ahora, seguir nadando sin parar, a pesar de las olas, las corrientes, las mareas, he continuado braceando hasta que he conseguido llegar a la línea del horizonte. Aquí me espera mi destino. Justo donde el mar se transforma en cielo existe una puerta virtual. Al intentar traspasarla aparece una ventana blanca por arte de Google y dos recuadros grises que solicitan con insistente parpadeo usuario y contraseña. Tecleo el usuario errando la contraseña. Recuerdo con certeza haberla anotado en el registro de últimas voluntades anticipadas. El pánico se apodera de mí. ¿Cómo acceder al paraíso sin la palabra clave? Busco un enlace que me ayude a recordar pero sólo me ofrecen la posibilidad de pulsar el botón inicio. Esa opción no me interesa, me obliga a volver al principio de todo, al líquido amniótico donde comencé mi acuática vida. Y no me apetece, quiero descansar, hastiado de vivir no me siento con fuerzas para enfrentarme de nuevo a lo que sé que me espera. Me niego a volver a nacer, prefiero quedarme aquí bloqueado en el limbo hasta recuperar la memoria.
Anhelar algo con todas nuestras fuerzas teniéndolo al alcance de los dedos y no conseguir alcanzarlo. Por nada del mundo queremos retroceder pero tampoco avanzamos. Algunos, más jóvenes y más fuertes, tal vez lucharían mientras otros claudicarían. ¿Supone rendirse el estar harto de vivir y sufrir? Yo creo que no. Suerte y saludos.