De la UCI al Psiquiátrico (Alberto BF)
Cada mañana me levanto antes del alba, y subo bien temprano a la torre más alta de la ciudad.
Desde allí oteo el horizonte con mi gran agudeza visual, observando con tranquilidad cómo, poco a poco, va despertando la vida ahí abajo.
Lo que les cuesta a algunos comenzar el día. Me encanta contemplar desde mi atalaya cómo inician la jornada esas pobres criaturas desgraciadas, ignorando que, sobre sus cabezas, hay alguien que analiza con paciencia todos sus movimientos.
Pero yo les dejo vivir, aunque sea un rato más. Hay que permitir que esos ilusos, en su escaso entendimiento, se sientan felices. Incluso libres. Lo pienso y me río, ¡libres! Menudos desgraciados.
Soy yo el que decide quién es libre, y solo lo será mientras yo quiera. Así que, sintiéndolo mucho, ha llegado la hora de acabar con esto.
Despliego mis alas, establezco mi objetivo, y comienzo un vuelo vertiginoso hacia mi primera presa. Después seguiré por el resto, hasta acabar con toda su raza. Que sepan quién manda aquí, ya les he permitido respirar demasiado tiempo.
《Benjamín, menudo golpazo, está vivo de milagro. Recuerde: no es usted un ave depredadora, solo un vulgar genocida. Y tómese la pastilla.》
Quien ha sido mala gente no puede dejar de serlo. En este caso, aunque en la vejez la cabeza de edte personaje haya perdido el norte y se crea ave, la maldad persiste. Es de imaginar a tu protagonista, años atrás, disfrutando con su horrible «ocupación» de tiro al blanco humano indiscriminado. Un pájaro de cuidado, desde luego.
Un abrazo y suerte, Alberto, con este relato que bien podría estar en tu libro.