104. Del cielo y mortal
Ya es suficiente, hoy acabo con él. Con lo de ayer hemos llegado al límite. Casi le saca un ojo al crío. Quién iba a pensar que se le soltarían las plumas de las alas, con lo grandes y fuertes que son, ni que fuera un gorrión.
El día en que apareció, blanquísimo y tan elegante, quisimos imaginar que era un regalo divino. Los vecinos nos envidiaban, venían a todas horas a acariciarlo y a jugar con él. Qué bonito era verlo volar. Pero eso se acabó. Empezó rebozándose en los montones de paja, luego se echó a dormir en los charcos umbríos, y ya nunca vuela, ni trota siquiera. No puedo pasarme el día limpiándole la bosta y el barro que se le pegan de tanto revolcarse. Ni le voy a seguir recortando y peinando las crines. Se pasa el día amodorrado, y ha acabado poniéndose como un tonel. No soporto más a ese vago.
Hoy no debería alegrarse tanto de verme llegar con el forraje. No se imagina lo mal que le va a sentar.
Íñigo, no deja lugar a dudas la manía que le tiene, y como va a terminar con él. Fenomenal ritmo el de tu historia. Suerte y Feliz Navidad¡¡¡¡
Gracias por tu lectura, Calamanda. Que sea bueno el año que llega.
¡Pobre Pegaso! 😀
Se debió olvidar de su origen mágico. Qué pena, con lo bonito que tendría que ser tenerle en casa y se hizo demasiado terrenal.
¡FELIZ AÑO 2018!