62. Desaire (Carlos J. Díaz)
La primera fue Anjana, que olía a Chispas. Nos tumbábamos junto a la ermita, entre dientes de león, o la acompañaba al río a cazar zapateros.
Maribí la siguió. Sus muslos olían a crema hidratante por la mañana y a sudor por la tarde. Adoraba su tacto blando, su piel morena, el atisbo de vello púbico sobre mi sillín. Me cabalgaba durante horas. Yo no quería frenar nunca.
Julio me apartó de ella por treinta euros. Acabé en una barbería de baldosas blancas y negras, en el Gótico. Algunos se reían al verme pasar. Bicicleta de niña, decían. Cuando me arrancaron la cesta, mis articulaciones chirriaron como las tijeras de Julio.
Me robó un yonki de extrarradio que se picaba las venas bajo un puente. Con la primeras bufandas de otoño, me pinché. Acabé abandonado como un perro en una playa, o un anciano en una gasolinera.
Mi piel rosa está desportillada. Agonizo entre ortigas y recuerdos, junto a la vía del tren. El traqueteo del Cercanías marca el ritmo de mi muerte, como un marcapasos de hierro. Como un corazón que se aleja.
Me ha encantado este repaso que haces por la vida de una bicicleta. Bien podría asemejarse bastante a la de cualquier ser humano.
Precioso relato, que seguro luchará por conseguir premio. Suerte,
Ton.
Intentaré que así sea, pero la cosa está disputada, y yo soy un novato aquí. Un saludo, y gracias por comentar.
Pobre… Si hasta dan ganas de ir a rescatarla y reanimarla con pintura fresca…
Si todo fuese tan fácil en la vida como una capa de pintura… 😉
Qué buena evocación de la vida de una bicicleta. Nos la cuentas con sencillez y emoción, sin crear falsas expectativas. Me ha gustado mucho, felicidades.
A veces la vida es así. Me alegra que te gustase, Belén. Un saludo.
Qué bonito, siempre he pensado que los objetos llevan la esencia de las personas a la que han pertenecido. En tu relato, esta bicicleta confirma mis sospechas. Mucha suerte en la vida Carlos.
Muchas gracias. Los japoneses lo tienen claro: los Tsukumogami son objetos cotidianos que al cumplir los cien años toman vida, y su personalidad depende de cómo fueron tratados. Me pareció gracioso darle personalidad a una bici. Un saludo.
Precioso relato Carlos, no suelo leer -ni comentar obviamente- los relatos hasta que cuelgo el mío, por eso de no dejarme influenciar, pero el tuyo me ha atrapado desde sus primeras palabras en el escritorio de blogger y no he podido resistirme. Insisto, precioso.
Pues gracias por el privilegio y las bonitas palabras. Un saludo!
Una historia triste, narrada con mucho realismo.
Me ha atrapado.
Gracias por comentar, María Jesús.
Que bueno Carlos, rescataste la esencia de esa bicicleta dándole vida y hasta sentimientos.
Excelente!!
Un abrazo y suerte.
Me alegra que te gustase. Un saludo!
Gracias por comentar, Ana. Me alegra que te gustase.
Carlos, la has personalizado, a la bici, con tintes de terbura, bonita hidtoria, suerte y saludos
Toda una vida pasa por esa bici. Me gusta la variedad de dueños y como con cada uno de ellos ha tenido una experiencia, cada vez más complicada, oscura y al final negra. Buena imagen final con ese ritmo de muerte.
Suerte Carlos, abrazos.
Una lectura agradable. Una buena idea bien llevada.
Abrazos
Me gusta mucho la idea que has planteado pero ¿puedo hacerte alguna sugerencia? Creo que encajaría mejor que la bicicleta fuera un ser femenino. En mi opinión ese «Acabé abandonado como…» me descuadra un pelín. Por otra parte me has arrancado una sonrisa desde el inicio con lo de la colonia «Chispas». ¡Qué recuerdos, igual que los que rememora esta pobre bici!
Mucha suerte