29. Descontar
La vuelta a casa comienza reduciendo los cuerpos de dos a uno y la distancia en un paso. Acomodas los recuerdos aún con el pelo bañado en sal, dejas atrás la plataforma de madera que pretende alcanzar la línea del horizonte y el clic ya lejano de la cámara del móvil; ahí están, no hay duda, tus piernas suavizadas por el filtro dorado dentro de la galería de fotos. Después confundes tus pecas con las picaduras de óxido de la ducha junto a la frontera de asfalto del malecón, te secas con una toalla que conoce la geometría de las gotas, que es cómplice de la arena que resiste detrás de tus orejas, entre los dedos. El penúltimo grano se mezclará, tres días más tarde, con un chicle de clorofila mientras lees un libro en el sofá; el último se desprenderá de tu pubis al contacto de la yema de tu corazón. Con tu reloj de arena sin más esperanza que la espera del volteo de cada verano, deslizarás las imágenes en la pantalla hasta reconocer esa franja que comparte el azul de fondo. Hasta renovar en tu memoria la certeza de esos dos pies colgando, sólo dos.
Pura poesía. Pura poesía de la añoranza, del verano, del amor. Un saludo.
Muchas gracias, Mar, por pasarte, por comentar, por dejarnos usar tu mar en nuestros relatos. Un beso.
Que buen volteo de corazones veraniegos.
Abrazos cálidos.
Gracias, María, supongo que la vida se cuenta en veranos, o, al menos, muchos de los mejores granos que nos llevamos con nosotros son de esa época. Un beso.
Un hermoso relato de separacioñ y nostalgia, de distancias insalvables y granos de arena… Gran sensibilidad y solvencia narrativa, como siempre, amigo.
Abrazo fuerte
Gracias, Salva, que digo yo que habrá que aprovechar esos granitos que nos quedan, no? 🙂 Abrazo grande!