133. Desmemoria
Desmemoria
Las delicadas manos de pergamino eligieron el libro rojo de la estantería. Ella lo abrió despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre sus dedos, y se detuvo frente a una palabra subrayada: «siempre». Aquella señal despertó un recuerdo apagado en su memoria y cimbreó su cuerpo de pies a cabeza. Las letras se elevaron de improviso en el papel, formaron una estrecha escalera de caracol, y arrastraron su espíritu en un remolino. Allí, los sueños olvidados se enredaron en sus cabellos grises volviéndolos de un castaño intenso, y su rostro marchito se transformó en una cara pecosa de ojos vivos. Conocía aquella historia; hablaba de ella. Podía sentir cómo las emociones la envolvían y caían nuevamente a sus pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Abrió poco a poco los ojos, y regresó.
El hombre de rostro cansado esperaba su vuelta, sin moverse de su lado, con una sonrisa amable y un leve destello de dolor en los ojos. Ella se preguntó quién sería aquel desconocido que colocaba el libro en su lugar y la besaba en la mejilla. » Siempre», musitó él en voz baja. Pero ella ya no lo escuchaba.
Te felicito por el exquisito uso que haces del lenguaje y por esta bonita historia que nos has regalado. Mucha suerte 🙂
Me encanta esa escalera de caracol que la absorbe y la traslada. Yo a veces también tengo que pensar quien soy, qué día es y donde me hallo cuando levanto los ojos de un libro. Ya sé que no es lo que cuentas, María, pero me ha gustado mucho esa imagen. Suerte con tu desmemoria :* y un beso.