DIC26. AQUELLA SONRISA, de Luis Cruz Cubero Villalba
Llegamos a Ruidera treinta minutos antes del amanecer. Mi padre se había empeñado en llevarme de pesca durante esas vacaciones navideñas, pero yo, con doce años entonces, valoraba fervientemente que tenía otras cosas en qué pensar. Ir en pleno invierno a una laguna a pasar el día me parecía algo inútil. Como era de suponer, la humedad calaba hasta los huesos en la laguna Salvadora cuando mi padre paró la furgoneta. Comenzó a sacar los aparejos, obligándome a ayudarle en una tarea que se me antojaba demasiado penosa como para hacerla con una sonrisa, como él. Pero, esa sonrisa se me acabó clavando profundamente en mi alma de niño durante aquella tarde. Mientras íbamos sacando algunas piezas, devolviendo al agua los peces pequeños, con un respeto al entorno casi mayor que a sí mismo, me enseñó gran parte de lo bueno que he visto en esta vida. Luego, al atardecer en la cueva de Montesinos, me terminó de mostrar lo más hondo de su corazón quijotesco.
Hoy, treinta años después, cuando vislumbro la misma sonrisa, ahora afectada por la demencia, experimento la gratitud hacia un hombre que me enseñó todo lo bueno que puedo llegar a ver.
Qué bonito relato Luis. Yo me siento muy representado en el relato, porque agradezco a mi padre todo lo que me enseñó de pequeño. Un abrazo y mucho ánimo!
Muchas gracias Jesús, me alegra que te haya gustado y te sientas identificado. Estoy deseando leer el tuyo. Un abrazo.
Lo mismo digo, a veces uno se queja de los padres y con razón, pero luego es justo también agradecerles todo lo que nos enseñaron. ¡Suerte!
Gracias Juan, me alegra que te haya gustado.
Precioso homenaje a la figura paterna, muy emotivo el relato, de esos que te rozan el alma. Enhorabuena.
Muchas gracias Ana. Me alegra que te haya movido el corazón. Un saludo. Luis Cruz.
Sin duda un recuerdo hermoso, es una lástima que no nos demos cuenta hasta que es demasiado tarde. Te felicito Luis Cruz.
Muchas gracias Ramón.
Relato tierno y acorde a la navidad. Efectivamente, has contado muy bien el momento en la vida en la que un hijo empieza a conocer a su padre. Me hubiera gustado que hubieses puesto un ejemplo en vez del último párrafo que diera fuerza a ese aprendizaje. Me alegra el relato pues por fin aparecen los padres buenos, que lo hay.
Muchas gracias Ximens. Es verdad que hay padres que dan fuerza para la vida.
Me ha impresionado y me ha emocionado tu micro, es tremendo ver la degradación de los padres y las madres a los que tanto debemos. Un abrazo, Luis.
Muchas gracias Aurora. Aunque las personas nos vamos degradando, podemos conservar lo bueno en la memoria de los demás.
Luis, un relato impresionante, sobre una experiencia iniciática padre-hijo, muy necesaria para forjar el carácter del futuro adulto.
Suerte y Felices Fiestas.
Muchas gracias Nicoleta. Tienes mucha razón en lo de forjar el carácter.
Hola Luís, un relato realmente entrañable. Siempre nos damos cuenta de lo que es realmente importante en la vida cuando ya lo hemos perdido.
Que tengas mucha suerte y felices fiestas.
Muchas gracias José Ángel. Al menos podemos reflexionar sobre ello e intentar darle importancia antes a las cosas que realmente la tienen. Felices fiestas igualmente a ti.
Sin que su niño en aquel momento se diera cuenta, el padre tatuó recuerdos de vida y de amor en su crío. Años más tarde, esos recuerdos son joyas invaluables en la memoria, en el corazón y en el alma del hijo. Sabiduría del padre, que supo transmitir a tiempo su nobleza y pensamientos a quien es un hombre bueno hoy.
Más que un relato, una lección de vida. Excelente trabajo.
¡Saludos!
Muchísimas gracias por tus palabras Juan Carlos. ¡Saludos igualmente!
Enternecedor tu relato. Construido con sencillez, como la situación que recreas. No hay nada rebuscado, ni dobles ni triples sentidos, sólo (y no es poco) la historia de un descubrimiento personal, que además se queda clavado en el corazón del protagonista de por vida. A veces son las pequeñas cosas las que más nos marcan, pero no siempre somos capaces de detectarlas. Buen relato. Sin florituras, pero nos lleva donde quiere el autor. Enhorabuena.
J. Ariza. Desde Córdoba, mordiendo el anzuelo.