DIC38. EL ÁRBOL DE LA FELICIDAD, de Antonio Ortuño Casas
Con mi familia me divierto más que nunca los últimos días de cada año y los primeros del siguiente. Me divierto más que el resto del año y no celebramos nada que nos imponen, lo hacemos porque creemos en el futuro haciéndolo realidad en cada presente. Caminamos por las aldeas, montes, ríos, ramblas y valles que rodean nuestra comarca; paseamos sin prisas, subimos, bajamos, descansamos debajo de los árboles endémicos, incluidos pinos y cipreses que estas generaciones venimos plantando para las siguientes, volviendo a llenar la tierra de ellos que otras antes habían desnudado sin pudor para lucirlos luminosos en sus salones en pro de una celebración figurada.
Terminando el año repetimos el rito de plantar otro árbol cada uno de nosotros, que nos encargaremos de cuidar el resto de nuestras vidas. Y cuanto más adultos nos venimos haciendo más responsabilidades nos vamos echando encima, siendo los regalos más preciados que recibimos cada vez que cada fin de año plantamos uno nuevo.
Este fin de año, ya en la madurez de mi vida, presiento de nuevo que luzco radiante con mi familia, con la que sembraré felicidad para un nuevo año que vuelve a aparecer.
¿Serían duendecillos benignos estos plantadores?
Me gusta tu relato, hay que vivir el presente de forma intensa y feliz, eso augura siempre un buen futuro.
Suerte
Abrazos
Son gnomos eso bienhechores de la naturaleza?.
Me ha encantado tu crítica encubierta. Me sumo a la iniciativa de plantar un árbol por cada uno que desaparezca por la causa que sea.
Un abrazo.