DIC91. SUEÑOS DE UNA NOCHE DE INVIERNO, de Antonio Toribios García
Gelín venía mucho por mi casa. Llamaba con los nudillos en la puerta y me espetaba un “a qué jugamos” apenas yo abría. Era el abracadabra que conducía a un reino imaginario. La noche de Reyes habíamos estado jugando con una caja de cartón. Era una caja grande capaz de contener a uno de nosotros a guisa de improvisada barca. La galería se convirtió de pronto en una selva poblada de peligros. Había un ancho río y en sus márgenes rugían las fieras más temibles. No faltaban los ocultos antropófagos presentes en el latir de los tambores. Estuvimos remando río arriba, aventurándonos por senderos sombríos e inmiscuyéndonos en poblados abandonados hasta que fue noche cerrada. Entonces llegó la merienda del pan con chocolate y nos pusimos a mirar a través del cristal de la ventana. Afuera estaba oscuro. Quedaban muy lejos las calles principales y la cohorte de niños tiznados portadores de antorchas. Los dos pensábamos en si estarían nuestros regalos en la carroza de Melchor. De repente, Gelín cogió su impermeable y dijo: “marcho”. Y es porque había visto luz en su ventana, allí enfrente. Cuando me fui a dormir, la caja quedó en vela, esperando.
Qué preciosidad; aquellos tiempos en los que el juguete dependía de la imaginacion de cada cual. Creo no haberte leído antes por aquí. Bienvenido y gracias por este regalo navideño.
Que poético final. Cuanta fantasía cabe en una caja, cuando los sueños son tan reales. Emocionante aventura en una selva de cartón.
me ha gustado mucho tu prosa, el ritmo tan acertado y el uso del espacio y tiempo. La cabalgata vislumbrada a través de
antorchas y tiznes lo mejor. Muchas felicidades y mucha suerte.
Saludos.
Maravilloso relato, Antonio, una sugerente historia impregnada de la fantasía y la ilusión de nuestra infaancia navideña.
Entrañable. En mi casa había un cesto grande y mi primo lo ataba con una cuerda y tiraba de él por todo el pasillo como si fuese un carro con «burro». Yo era la princesa, por supuesto. Me daba cada leche contra la pared de la curva del pasillo que ni te cuento. Bonito relato. Da recuerdos a Gelín.
Aurora, es que debieron multarte. ¿No sabes que las princesas han de tener carnet para conducir cestos y más en circuitos con peligro? ¡Verás tu los Magos si se enteran!
Los magos no sé, pero mi tía, que le rallábamos el suelo… ¡menudas broncas! Pero ahí estaba mi primo pa poner cara de bueno e inventarse cualquier otra cosa peor. El santxeski, la silla de ruedas de mi abuela… lo que fuera con tal de liarla.
Antonia; antes de que me incluyas en tu libro de incorrecciones galopantes: a mi tía le RAYÁBAMOS EL SUELO, no le rallábamos el suelo. Perdón, clemencia, piedad, compasión de esta pobre ignorantaaaa!!
Si bueno, el suelo lo dejamos bastante rayado y rallado, porque luego tuvo que darle pinki o pinky, o ¡barnizarlo, vaya!, pero le vino bien, porque de paso cambió la cocina, el baño, la sala… en fin, que nos debe un favor. Lo malo es que el nieto le ha salido bueno y no le ha hecho ningún chandrío (sólo juega a la play, así que como mucho le habrá fundido la tele) y como ella ya se espabiló pues puso alfombras de esas que son una tira de pasillo y ahí ya no podíamos hacer resbalar las ruedillas, así que nos dedicábamos a robarle nueces y almendras y a darles con el martillo y untarlas en una miel buenísima que le traía el mielero (os acordais?) de la Alcarria o por ahí y luego la bronca era por dejarlo todo pringado de dedazos. Ahí mi primo andaba más listo y me echaba la culpa a mí, así que me llevaba las broncas yo solita. Ahora no como miel, ea!!
Si es que erais delincuentes caseros tu primo y tú, y vuestra abuela una santa. Ya luego me chivo a la autoridad competente y castigada sin carbón.
🙂
Es un relato entrañable y evocador de muchos momentos de infancia en los que la imaginación era el mejor juguete. Me encanta cómo describes el «viaje» de los niños. Enhorabuena.
Por lo de Gelín y lo de «marcho» me he imaginado el relato sobre un fondo asturianu 🙂
No andas desencaminada, Ana. El fondo es leonés. Y es que somos un poco asturianos.
Un cuento que transporta a la infancia con muy buen arte, Antonio. Felicidades por ello.
Un abrazo.
Cuanta fantasía en esa gran caja de cartón.
Recibe mis saludos.
La verdad es que me gusta mucho tu relato, como se va desarrollando, esa imaginación infantil. Pero al final algo se me escapa, seguro que es problema mío. Veré si me entero en los comentarios. No, no capto el final ese en el que se marcha Gelín, la ventana con luz y la espera de la caja. ¿Significa que son tan pobres que no habrá regalos y tendrán que volver a jugar con la caja? Gelín teme a su padre? Venga, anímate y dame pistas.
Amigo Ximens, gracias por tu comentario. Lo que tienen estos cuentos tan cortos es que sugieren más que cuentan. Cada lector puede perfectamente construir su propia historia. Muchos regalos parece que no habrá, pues la cabalgata pasa «por el centro», lejos pues del barrio. Gelín se va porque ve luz en su casa, lo que indica que sus padres han llegado a casa. Los detalles son al gusto del consumidor.
Antonio, qué suerte para el niño de tu relato tener un amigo como éste, un «abracadabra de un reino imaginario» como lo describes. Tu relato me transportó en el pasado, cuando yo tuve una amiga semejante a Gelín, que me abrió las puertas de la fantasía. Felicidades.
«Marcho», efectivamente, así se despedía Angel-Gelín. Por aquí por León somos así de bruscos. Gracias por tus palabras, estimado «Anónimo».
Gracias a todos por vuestros comentarios. No había vuelto por aquí hasta ahora, cuando me comunican que he sido seleccionado. Seguro que ahora me hago asíduo.
🙂
Yo también digo «marcho» cuando marcho, estos cuetnos que son como guardarse en el bolsillo la llave l´orrio de la infancia y tocarla uno cuando quiere son mis favoritos, aunque me pasa como a Ximens, que algo se me escapa.