86. Dinosaurios en extinción
No le sobraba mucho tiempo, pero el estómago rugía desesperado. Así no podía ir, necesitaba tiempo para calmarlo, aunque fuese solo con un café. “Probablemente, tampoco lo pasaré esta vez”, se dijo el hombre, elevando sus hombros y ocupando uno de los taburetes alineados que flanqueaban la extensa barra del bar. El líquido se deslizó por su garganta aliviando en parte la angustia ante un nuevo casting. “No era para un circo, ¡qué más quisiera!, ahora había que hacer anuncios o cualquier cosa que le permitiera comer algo y dormir bajo techado, pero la competencia era atroz; cualquier niñato se atrevía a hacer el payaso en televisión”. Ensimismado andaba en sus pensamientos y en alargar un poco más el momento, cuando oyó el grito de un niño a su espalda: ¡Mamá, mamá, un payaso! ¡Cuando sea mayor, yo también quiero ser un payaso!
No quiso hacerlo, más no pudo evitarlo. Giró su cabeza para mirar al niño con una mueca de dolor y pena. El niño, al verle la cara, se desternilló con fuerza igual que cuando lo hacía en el circo.
Pues sí, igualito igualito quue los dinosaurios. Y la misma pena dan.
Esther, muy visual tu historia. Sus imagenes llegan con fuerza. Suerte y saludos
Bendita la inocencia que no acierta a verlo que tiene delante