88. Distracción
Todos se callan para que el cumpleañero sople las velas. El niño asume su protagonismo con ciertos nervios. Cierra los ojos, se concentra en su deseo, visualiza sus colores intensos, luminosos, y espira con fuerza. La llama tintinea, tiembla y se reduce, pero engorda y resurge con nuevos bríos. Frunce el ceño, contrariado. Coge todo el aire que cabe en sus pequeños pulmones, infla los mofletes y bufa con un vigor ajeno a su corta edad. La llama aguanta, altiva, indiferente a su feliz cumpleaños. La observa con la mirada ya nublada por unas lágrimas aún contenidas, casi al borde de rodar por el precipicio de sus mejillas. Descubre su salvación en un vaso de agua. Lo agarra, y antes de verterlo sobre la orgullosa llama, vuelve a cerrar los ojos para proyectar su colorido deseo, pero sólo encuentra la blanca opacidad del olvido y el obtuso negror de la rabia.


Dicen que lo que se desea de verdad se consigue, pero a veces la vida se obstina en imponer un mediocre blanco y negro, lejos del colorido anhelaso. Si un adulto no lo entiende, menos todavía un niño.
Un abrazo y suerte, Elena