DL05. EL EXTRANJERO

Los ángeles se van, Michael, vienen y se van pero no vuelven. Nunca vuelven.

Jamás,

lo harán. Cuando deciden marchar y dejarnos, aunque los quisiéramos y los amásemos más que a nuestras propias vidas, Michael,

nos abandonan,

y no vuelven, por mucho que lo desees, por mucho que lo hubieras soñado, alguna noche de esas en que el alma descansa pero no los recuerdos, en noches que hacen que el psicoanálisis se nutra de historias que explicar. Michael,

siempre,

hay noches en las que empieza todo, su viaje y el nuestro, noche que no es noche, noche con luz, más viva y brillante que la luna llena, dónde los aullidos, no aterrorizan, Michael, sino que

nos avisan de su marcha,

con una alteración de la temperatura corporal, con el batir de unas alas, con el chirriar de una rueda que no frena, con el aroma del amor envenenado y  maldito, Michael,

y,

sucede, como el gato cuando deshace el ovillo de lana, como la caída de la lluvia que desciende, como el calor del hielo sobre la piel, como los tonos anaranjados y marrones del otoño, Michael, todo transcurre para que

ellos, nuestros ángeles,

no vuelvan jamás,

como el mar.