78. Doriana Gray
Por supuesto que ella tampoco lo sabe, así que declara a todo el mundo cómo admira la perfección de mi rostro sin error, y me pregunta con cierta envidia cómo lo logro. Para qué haría yo un pacto tan absurdo. Tenemos confianza y me pongo en sus manos, amiga antes que peluquera. Me invento una enfermedad que he consultado antes de venir en internet: catoptrofobia, terror a los espejos. Así que acepta que me tape la cara durante todo el ritual en el que revolotea sobre mi cabeza una lluvia de lacas, de tijeras, de papeles de aluminio y tintes. Pero empieza a hablar de su marido. Que si Pablo esto, que si lo otro. En un altar lo tiene, abnegado esposo y padre. Y siento entonces la tentación punzante de bajar las manos de una vez. De mostrarle al fin la verdad desnuda, mi rostro traidor y deforme en el espejo.