Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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87. El anfitrión de antaño

La puerta abierta ya era una invitación a pasar dentro sin llamar.

La mesa estaba puesta para ocho. Una buena sopera, con algún desportillado, en el centro y humeante. Su espléndido aroma resultaba embriagante.

Hacía muchos años que no cocinaba para nadie y le hacía una ilusión bárbara. Mientras se avituallaba en el mercado, su sonrisa era la ganadora sin paliativos.

Todavía guardaba la gran olla de porcelana de la que nunca pudo desprenderse. Total, no ocupaba mucho si ponía otros cacharros dentro de ella.

Pasó una mañana maravillosa con todo el proceso. Primero el sofrito, luego una buena cocción del rabo de toro (tiene que deshacerse en la boca) y luego ya las lentejas que pasaron la víspera a remojo.

Tras probarlo, supo que triunfaría.

Les hizo saber que no estaba seguro de cuantos acudirían, pero la intención era de que sobrara. También les avisaba de que dejaran hueco para las natillas.

Para el evento, solo necesitó hacer dos llamadas.

No pudieron evitar que les invadiera la tristeza y la impotencia, pero ni los agentes ni los sanitarios pudieron probar bocado. Verle todavía balanceándose con la nota anclada en su pecho con un imperdible, les cerró el estómago.

 

 

8 Responses

  1. Ángel Saiz Mora

    Parece mentira que el mundo cada vez esté más poblado y comunicado, y que la soledad campe a sus anchas, más aún en las populosas ciudades.
    Lo que parece la organización de un festín generoso, termina en una despedida triste, ante la imposibilidad de poder cocinar para varios anfitriones. Es una lástima que esa buena comida, elaborada con tanto esmero y cariño, se perdiera, como resulta lógico también que a agentes y sanitarios no les apeteciera probarla.
    Triste, nostálgica y sobrecogedora esta historia llena de fuerza y contenido.
    Un abrazo, Javier.
    Suerte

    1. Javier Palanca

      Gracias, Ángel. Sí, la soledad es un mal muy extendido que hemos ido construyendo. Según he leido, en pequeñas comunides tribales no existe la depresión. Aquí los medicamentos para esta situación son la reina de la corona.
      Siempre abrazos.

  2. Javier, ya no hay anfitriones como los de antes. Ni quizá escritores, de esos que, como tú, huyendo de corrientes y modas, de la necesidad de aprobación general, se centran en su mundo genuino, en su lenguaje propii y en sus historias originales… Me ha cautivado tu personaje protagonista, también un poco desportillado, y el vuelco a la sopera que sueltas al final, poniéndolo todo boca abajo y absolutamente cubierto de humeante literatura.
    Muy grande! Suerte!

  3. Javier Palanca

    Gracias, Salvador. Me abruma un poco tu comentario tan estimulante. Escribo muy poco últimamente por razones mías, pero cuando lo hago es para que me guste a mí y disfrutar el resultado. Que el personaje se me meta dentro. Si además a alguien como tú le llega es estupendo.
    Lo del lenguaje propio ya es algo que me encanta me comentes.

    Muchos abrazos

  4. Javier Palanca

    Gracias, Rafa. Viniendo de alguien que busca ambas cosas y no dice por decir, como hacía el amigo común Ximens, es un placer.
    Mis abrazos siempre.

  5. Joder Javier ese final te aplasta, pero oye sus razones tendría que la soledad puede llevar a caminos muy oscuros. Me quedo con ese arte que se alumbra en sus platos, buen gourmet y buen comedor, por al menos que lo probara antes de tomar la decisión final le aseguró irse con un buen sabor de boca. Duro y difícil de digerir para los desconocidos invitados. Suerte!

    1. Javier Palanca

      Gracias, Manuel. Vamos a pensar que se fue como quería, pensando en lo que iban a disfrutar sus invitados. Que eso no ocurriera da igual, él se fue contento cuando le pareció oportuno.
      Abrazotes

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