90. El aroma de los curiosos
La nariz es sagrada en nuestra familia. Da igual que sea deforme y bulbosa, pues, como alguien escribió alguna vez, los rasgos se sacralizan por repetición. En ritual, al bebé recién nacido le comprobamos su nariz. Queremos reafirmar si ha nacido con la promesa del apéndice que nos identifica, y así celebrarlo. El paso de padres a hijos, de generación en generación, navega como una galera sobre el tiempo, y nuestra captura de olores la registramos como una gran memoria de los hombres. Y, quizá, gracias a la tradición, detectamos hasta el detalle más imperceptible: el hedor del plagiador hambriento, el vaho de los vacíos invernales, la rabia ante la cotidiana vulgaridad. Todo se aplica a nuestra pituitaria tan acostumbrada a reconocer presencias que coleccionamos como tesoros diminutos, como realidades irrecuperables. Por ello, amamos y odiamos, a la vez, a los que vienen a curiosear. Somos capaces de distinguirlos y de arrebatarles su aroma cuando se acercan, de recolectar la sensación única y remota, la de quien pretende olisquear entre nuestras líneas, fisgonear y copiar la fisonomía de nuestras anotaciones, dejando rastro de aquello que los define desde siempre.


Algunas veces lo que desde fuera se ve como una fobia, quien la protagoniza la siente como un don. En el caso de esta familia, que tanta atención presta a su nariz, bien podría tratarse de una facultad innata, unas propiedades singulares que están seguros de tener, o puede que sea una obsesión. Seguro que cada lector tiene su propia opinión.
Un abrazo y suerte, Antonio
Gracias, Ángel, por tu comentario. Como bien dices, la frontera entre la obsesión y el don, la virtud y el defecto, puede resultar difusa. La curiosidad puede ser vista como virtud o como sospecha de intromisión, copiar lo ajeno puede ser provechoso o poco ético. Por ahí se mueve esta ficción. Gracias de nuevo y un fuerte abrazo.
Antonio, tu microrrelato resulta tan olfativo que me ha traído a la memoria el libro El perfume.
A menudo nos olvidamos del sentido del olfato por no ser necesario para la supervivencia. Me encanta que lo hayas traído aquí.
Un abraza y suerte.
Gracias, Rosalía, por escribir tu comentario. En efecto, yo también recordé el libro de Süskind cuando lo escribía, por aquello del olfato, pero quería darle un sentido que no tuviese relación. En este caso, lo he llevado hacia un tema un tanto incorrecto y polémico de trasfondo, como es la frontera difusa entre la curiosidad y el plagio. Sea como sea, me alegra poderlo comentar contigo. Gracias de nuevo y un fuerte abrazo.