14 EL BABAYU NELO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Me contaba, de niño, mi abuela Lola, que el cuento preferido de mi tatarabuela Carmelita, la de San Martín de Vallés, aldeíta de las entrañas asturianas, era el del babayu Nelo.
El inocente Nelo era un muchacho aquejado de polio en una pierna y por algún otro síndrome en su cerebro. Ayudaba en el pastoreo de vacas y con afición minuciosa cuidaba un pequeño huerto en el que, azadilla en mano, escardaba sin descanso limpiándolo de malas hierbas, insectos y caracoles.
Gustaba, Nelo, de visitar al anochecer el chigre de la aldea y admitir las cariñosas chanzas con que le obsequiaban los vecinos cuando contaba el éxito de sus cosechas de berenjenas, pimientos y judías.
Una primavera comenzó a notar en su huerto unos pináculos de tierra removida cuyo número aumentaba con los días. Un topo había ocupado sin permiso su heredad y lograba esquivar el acoso a azadonazos con que Nelo lo acometía.
De toda esta lucha daba cuenta diaria en la taberna a sus parroquianos que divertidos escuchaban su cacería.
Una tarde de verano, Nelo, lleno de alborozo, irrumpió en el bar gritando:
-Matelo, maté al malditu topu.
Los presentes preguntaron que cómo lo había hecho.
-Enterrelo vivu.
Uno de los motivos por los que escribimos, reconocido o no, es para dejar constancia. Las letras quedarán cuando, inevitablemente, nuestro cuerpo diga que deja de funcionar. Siempre que leo tus relatos no dejo de pensarlo, porque suelen ser vivencias reales de un tiempo reciente, aunque ya pasado, que deseas que perduren. La lucha de este sencillo y esforzado labriego con un topo entretiene, deja un poso de ternura y permanecerá en el tiempo.
Un abrazo y suerte, Jesús
Gracias Ángel. Veo que recuerdas bien nuestras conversaciones.
En mis viajes por la España vacía, cuando en las calles del pueblo no se veía ningún ser vivo, solía aparecer, sonriente y entrañable, el tonto del pueblo. Les tengo un cariño especial porque, además de salvarme en esa soledad de visitante perdido, me informaba de ese mundo imaginario que él identificaba con su pueblo. Retiro y me horroriza la expresión tonto con el que les nombrábamos sin conocer. Y aprendí, me enseñaron, a comunicarme sin prejuicios con los desconocidos. Seguro que el babuyu Nelo tendría muchas cosas para enseñarnos a nosotros los listos.
El «tonto del pueblo», al menos los casos que yo conozco, era respetado y querido por los vecinos.
Gracias miguel por comentar este relato y todos los que escribo.
Me encanta!!!
Me alegro, Mar. Gracias.
El topo por muy enterrado que esté parecerá inmortal en esas tierras que ya buscará por dónde respirar. Simpática historia Jesús, suerte
Gracias Manuel por tu comentario.
Qué ternura me da la inocencia de Nelo.
Un abrazo y suerte.
Gracias por comentar, Rosalía
Muy tierno Jesús y además me he reído a carcajadas. Desde luego que así, el topo no morirá del todo.
Nos leemos
Me alegro que te haya gustado. Gracias Isabel.
Muy divertido y tierno este micro de Nelo, que nos hace dpnreir con su ingenuidad y el esmero con el que cuida su huerto. Enhorabuena, Jesús por traernos una sonrisa con esa historia nostálgica. Un abrazo inmenso y encantada de verte en Madrid.
Gracias, Gloria. Espero que te encuentres bien.