98. El baile
Esperando en el asiento duro y frío observas tus zapatos rojos de tacón. Brillan casi tanto como aquella noche de junio, ya tan lejos. Noche de boleros, de olor a jazmín, de promesas huecas. La suela no se gastó demasiado. Fueron a la caja y de allí al fondo del armario, hasta hoy. Como el vestido de lunares, has adelgazado tanto que otra vez te vale. Huele un poco a alcanfor y te cuelga algo por detrás, pero a quién le importa. Nerviosa abres el bolso. El sobre grande color sepia quiere escapar de allí, pero lo apartas, no le dejas salir. Tus manos impacientes buscan el espejo escondido detrás. Quieres ver cómo te quedaron las cejas, esta mañana vacías y ahora dos líneas negras temblorosas. Más abajo, el carmín ha dejado su huella de herida abierta en un diente. Lo frotas con la punta de la lengua que después pasas por tus labios consumidos. Respiras profundamente. Todavía te molesta la cicatriz, pero tú vas preparada para este baile. Por fin se abre la puerta, solo tú oyes la música. Un hombre con bata blanca sale, te sonríe. “Buenos días, ¿ha traído el sobre con los resultados?”.
En la sala de espera de una consulta médica, con evidentes problemas físicos, como denota esa delgadez, una mujer se ha vestido y maquillado como lo hizo en una ocasión muy especial, de esplendor e ilusión, muy diferente a la actual. Es cierto que el hábito no hace al monje, pero tu protagonista necesita sentirse viva más que.nunca aunque sea mentira.
Un abrazo y suerte, Candelas
Gracias, Ángel. Mi micro crece con tu comentario 🙂
Es evocador y tremendo a partes iguales. Nada bueno la espera, pero Ena se arma de sueños antiguos vistiéndose de ese modo. Eso le da valor para enfrentarse a lo que viene. Una forma curioso de hacerlo pero como otra cualquiera.