EL CAPRICHO DE HACER UN CONCURSO EN FEBRERO
Con motivo de nuestro 7º ENTCuentro que celebraremos el próximo 10 de marzo en el Faro de San Vicente de la Barquera se ha concertado una visita a uno de los hitos históricos más interesantes del occidente de Cantabria: El Capricho de Gaudí, en Comillas.
El Capricho es un edificio modernista proyectado por Antoni Gaudí y construido entre 1883 y 1885 bajo la dirección de Cristóbal Cascante, ayudante de Gaudí, por encargo del indiano Máximo Díaz de Quijano. Es una de las pocas obras que Gaudí proyectó fuera de Cataluña.
Esta obra pertenece a la etapa orientalista de Gaudí (1883-1888), periodo de marcado gusto oriental, inspirados en el arte del Próximo y Lejano Oriente (India, Persia, Japón), así como en el arte islámico hispánico, principalmente el mudéjar y nazarí: azulejos, arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto, remates en forma de templete…
Desde 2009, se ha convertido en un Museo Privado que váis a poder visitar gratuitamente todos los asistentes al ENTCuentro el proximo domingo 11 de marzo a las 11 y media de la mañana. Les estamos muy agradecidos por su generosidad.
Por este motivo, y como agradecimiento, queremos dedicarle un pequeño concurso que ocupe el mes de febrero y que tenga como elemento fundamental homenajeado a esta obra de Gaudí.
El capricho de Gaudí es una preciosidad. Enamora.
Buena idea¡¡¡¡
EL CAPRICHO
Caballero, por favor caballero. Me llamo Antonia.
No me conteste, no.
¿Que está mirando tan absorto?, quizás a la libélula o al pajarillo, hágame caso, deje de observar la casita y dígame donde están los de la excursión que me han dejado aquí sentada junto a usted. Si lo llego a saber no vengo, el capricho lo tenía la señora Isidora y encima, el señorito no me habla, es un borde, un estirado, frío como el mármol y me mira por encima del hombro.
Entre comillas, no me parece una persona seria, le retiro el saludo.
Pues tu verás, si quieres pones «El capricho de Isidora» ja ja
EL CAPRICHO
No era un edificio construido por Gaudí, pero supo que buscaba algo así desde hacía tiempo. Ahogó su fascinación, para que el de la inmobiliaria no se hiciese ilusiones, y poder presionarle más tarde con la rebaja.
Fantaseó, al comprobar cómo la luz anaranjada del atardecer penetraba en la cocina, con el llanto de la madera envejecida a cada paso, y las habitaciones de ensueño para sus hijos. Durante la visita a la bodega, supo que era el capricho que buscaba. Allí abajo, a donde no llegaba ni escapaba ningún ruido, descuidó la mueca sádica del hombre, y cómo apretaba con fuerza, dentro del bolsillo de la gabardina, el cuchillo al que se había aferrado en la cocina.
El capricho
Antoni rumiaba la manera de incorporar la música al proyecto, tal y como Don Máximo solicitaba con insistencia. La idea de teclados de tejas esperando bandadas de pájaros ejecutores no le convencía tanto como los tubos cantarines de la fachada. Desanimado, arrugó su dibujo de una chimenea en forma de guitarra que vibrara al calor de la lumbre y miró por la ventana, justo cuando una libélula amarilla despistada se estrelló contra el cristal y cayó a sus pies con las seis patas hacia arriba. Entonces se le encendió la luz y, febril, comenzó a diseñar una peculiar vidriera.
EL CAPRICHO
Disfruto de mi última copa en soledad en uno de los balcones antes de subir a la habitación. El olor a salitre inunda mis fosas nasales. Mi cuerpo despierta y late con un compás extraño. Es la superluna que se refleja en los azulejos e ilumina el salón. Los girasoles me recuerdan a su cuerpo, que me rehúye pero después me ronda, vigilante. La luna insiste y mi cuerpo salta como un muelle liberado.
Hago sonar la campanilla. Pero nadie del servicio acude a mi llamada. Estarán ya en el pueblo. ¿Tan temprano? Mejor.
Me levanto y cierro la ventana. Cojo las llaves de la torre. Quizá Antoinette sí esté despierta. Mi capricho nocturno me espera.
Ahora huele a humo…
EL CAPRICHO
Don Máximo, visiblemente agotado, se sentó bajo la pérgola en el asiento del balcón. Contempló su casa y pensó en su vida. Mirando hacia el interior de ambas, sonrió. Había conocido medio mundo y sería recordado por siempre por su obra. Seguía soltero, eso sí, ¿pero acaso tiene eso algo que ver con el amor? Se puso a tararear los compases iniciales de “Mundo, amor y vanidad”
El sol sus reflejos
comienza a apagar;
la noche su manto
tendiendo está ya.
Cerró los ojos. Ya quedaba menos para que todo acabara. Y mañana San Fermín, con el capricho que tenía de conocer Pamplona… Tampoco sería este año.
EL CAPRICHO
María y José se conocieron en un crucero. Ella celebraba su reciente título de arquitecta; él estaba de caza. Les sedujo la sinergia de sus nombres. Fue interés a primera vista.
Regresaron de la mano camino del banco, pasando primero por el juzgado. María puso las condiciones del matrimonio; José, el capital. El primer antojo que la mujer exigió satisfacer fue proyectar y construir la casita que compartirían. Mientras, cada uno seguiría en la suya.
Lo que prometía ser una obra de pocos meses, acaba remedando un interminable palacio gaudiano: pórtico exuberante, azulejos orientales, vidrieras multicolores, cúpulas a discreción, minarete… El viejo sigue lozano y empeñado en consumar. Ella ya no sabe qué más urdir. Quizás un gran invernadero adosado…
EL CAPRICHO
Le habían hablado tanto del Capricho, de sus formas caprichosas, de sus vidrieras y azulejos multicolores o de sus minaretes, que cuando llegó a Comillas, le parecía que ya lo había visto.
Pese a ello, el edificio superó con creces todas sus expectativas.
Ella, amante como pocos de la arquitectura modernista y fantástica de Antonio Gaudí, había peregrinado por la geografía española para intentar contemplar toda su obra.
Ahora deseaba quedar una vez más asombrada con la inmensa e inabarcable creatividad mostrada por el arquitecto español, pero a pesar de su enciclopédico conocimiento, sus construcciones siempre la dejaban sin habla, especialmente cuando tenía el privilegio de poder analizarlas en vivo y directo.
EL CAPRICHO
Sueño con dragones de verdes y gruesas escamas. Me acosan, pero escapo por esquinas curvas que hacen que corra en zigzags. Tropiezo, y caigo entre mullidos cojines dentro del invernadero lleno de bellas odaliscas, que giran sus cuerpos al compás de celestiales músicas orientales. Una de ellas, la de ojos más negros e intensos, posa en mí su mirada infinita y me deshago como un girasol acariciado por la brisa de verano.
Despierto de mi vigilia en la torre desde donde me saluda el Mar Cantábrico. Que por el capricho de la Naturaleza está furioso y no permite, con sus olas batientes, que nadie se le acerque. Quizás siente envidia de mis juegos privados con el Sol dentro del invernadero.
EL CAPRICHO (La esclava)
Tenía la noche en sus ojos. Su pelo guardaba celosamente el color de las arenas del desierto. El dulzor de las fresas, el jugo de las naranjas, la acidez de los limones y el néctar de frutos exóticos aderezaban sus labios.
Su piel, dorada como las dunas, lucía radiante tras tules irisados; en seguida los ojos de los mercaderes se clavaron como flechas sobre ella. Las apuestas fueron subiendo. Yo fui el mejor postor.
Al principio fue un capricho, solo al principio. Pronto se convirtió en la reina de mi corazón y de mi casa.
Nunca superó el alejamiento de su amada tierra y su aposento favorito fue la torre más alta. También ahora siglos después de su muerte.
EL CAPRICHO (Por fin)
Las pasadas navidades escribí mi carta a los Reyes Magos. En ella les decía que siempre desde muy pequeñito, tenía la ilusión de que un día me traerían un juego de construir, pero nunca me dieron ese capricho.
Hice copias de las cartas y se las entregué a todos mis familiares y amigos, por si alguno tenía “enchufe” con alguno de los pajes o de Sus Majestades.
Me han traído un juego por cada uno de mis años ¡y tengo ochenta!
Ahí arriba dejo la foto del resultado de mi construcción.
EL CAPRICHO
Te conocí más allá de los pliegues del mar y llenaste mi alma con Caribe, yuca y ron.
Te regalé un pasaje para España, una casa diseñada por Gaudí y mi enamorado corazón.
Pero no era fácil bailar una habanera en esas noches de galerna y, poco a poco, la nostalgia puso grises en tu mundo de color.
Y una mañana de noviembre te fuiste para nunca regresar.
Hoy, años después, sigo soltero.
Y no me importa admitir que aún te echo de menos, que aún camino cada tarde por la playa de Comillas y te juro que las olas aún gritan tu nombre en mis oídos.
Y no dejo de llorar al escucharlo.
«Orlando… Orlando… Orlando…»
EL CAPRICHO
Nunca una caricia había escapado de la mano enorme de su padre. Solo alguna bofetada cuando se quedaba embobado mirando el firmamento. No había conocido a su madre, ahora una estrella que parecía llamarle con sus parpadeos de luz. Tenía el capricho de seguirla y una noche se escapó de casa y subió a la vieja barca. Remó hasta el centro de la laguna y se quedó maravillado al encontrarla allí, cercana, brillando sobre el agua. Quiso atraparla, pero siempre se le escapaba como si quisiera jugar con él al escondite. El chapoteo del cuerpo al caer, la hizo temblar por un momento para recomponer enseguida su imagen en el espejo del agua.
EL CAPRICHO
El diseño era de Gaudí, pero como a la vez estaba con la Casa Vicens fue Cristóbal Cascante quien se encargó de estar a pie de obra. Este era mujeriego y gustaba de llevar a sus conquistas más o menos al centro de la construcción, en sus diferentes fases, cuando ya no había ningún ojo escrutador. Y podía gozar del dueto, de la mujer presente y de la imagen del arte futuro.
Cuando ya acabada la residencia de verano de Máximo Díaz de Quijano, el maestro le preguntó a su compañero si valdría la pena ponerle un nombre. Él le propuso algo delicado que cuajaba en sus vivencias, porque “El Morbo” le pareció excesivo.
CAPRICHO
Como cada 15 de junio llegó al monumental pórtico. Subió las escalinatas y se situó entre las 4 columnas.
Esperó.
Se vieron por primera vez en 1936. Él 11 años, ella 10. Habían ido con sus respectivas familias a Comillas. Se acercaron al Palacio de Gaudí. Él perseguía su pelota, ella corría detrás de su perro. Se encontraron en la entrada principal. Él quedó inmediatamente prendado de su risa contagiosa, su mirada y su forma de correr. Ella lo traspasó con sus grandes ojos.
“Mi Capricho” la llamó.
Quedaron en verse al año siguiente. Y así lo habían hecho durante 80 consecutivos, sin fallar uno.
Aguardó 1 hora. Ella no apareció. Una lágrima recorrió su mejilla.
“Mi Capricho”, susurró.
EL CAPRICHO
Álvaro tiene un capricho. Quiere ser un soldado de verdad. Jugando, imagina trincheras y un fusil de asalto a partir de unos cojines y una pistola de plástico.
Abdullah tiene un capricho. Quiere ser un niño de verdad. Matando, imagina cojines y una pistola de plástico a partir de unas trincheras y un fusil de asalto.
EL CAPRICHO
Deambulaban perdidos en busca de la puerta al descanso eterno, soldados de una guerra que no comprendían, despojos sin destino. Fusilados, fusileros, soldados muertos sin la paz de la tierra.
Espectros buscando la luz llegaron al edificio, que, en silencio, los acogió. Se fundieron con los forjados y las vidrieras, abrazaron los pilares y se unieron a pájaros y abejas en un concierto de paz.
Solo los destellos de los flases perturban su descanso, recordándoles su pasado de fuego y muerte. Pero pronto vuelven a la quietud del edificio, esperando a que Dios les señale el camino hacia la eternidad.
EL CAPRICHO
La enterró en el patio de un edificio con signos de abandono.
Años después ha vuelto al lugar, el Capricho de Gaudí lo llaman, y en verdad lo es, un regalo para los sentidos. Su premura es el jardín, necesita abrazar de nuevo el recuerdo. Sobre el lugar exacto ahora florece un rosal, el más bello del parterre, como lo era ella. Al acercarse percibe su fragancia y con su mano roza los aterciopelados pétalos que le evocan la suavidad de su piel, siente la excitación. Una espina le produce un respingo, sonríe.
Una mancha negra nace en su dedo y su piel se marchita de muerte. La gangrena avanza sin remedio por su cuerpo como carcoma de ávida venganza.
EL CAPRICHO
Sabía de tu amor hacia la exuberancia, la exquisitez y la diferencia, querido Máximo.
Pero, no esperaba que a tu regreso dejases en nuestro pueblo, para siempre, una huella tan especial.
Este capricho, que heredaría tu hermana y luego tu sobrino, tan lleno de luz y color, y de formas inesperadas, estará eternamente ahí, recordándote.
Cuando te marchaste a “hacer las Américas”, todos los vecinos auguraron que tendrías mucha suerte, al verte tan culto y preparado.
A pesar de ello, cuando regresaste enriquecido se quedaron boquiabiertos al ver concluida esa maravillosa villa que le encargaste a Antonio Gaudí.
¡Lástima que apenas pudieras disfrutarla!
EL CAPRICHO (Los veranos con mi prima Nadine)
Al verla bajar del autobús con sus sandalias de cuero y su vestido blanco, todo desapareció en la Plaza de los Tres Caños y enseguida comprendí que ella era la ola de calor que venían anunciando por radio en los últimos días.
¿Me recuerdas? Preguntó con su acento afrancesado. Sí, sí, claro, me parece que dije algo atascado. Luego cargué su mochila y ella me dio la mano, como aquel otro verano cuando éramos niños y jugábamos a escondernos en el bosque de castaños.
Durante el camino no hablamos, pero antes de llegar a la casona donde la familia estaba esperando,ya nos habíamos besado mil veces delante de los girasoles de cerámica que dormitaban olvidados en Villa Quijano.
EL CAPRICHO
El fruto conjura el recuerdo de su piel agreste, oscura. Solía llamarla “mi mamey”, alta como el árbol que destaca en su invernadero de plantas exóticas. Para todos, un capricho de indiano; para él, su resurrección.
Abre en dos la fruta. Lame su pulpa aromática, sus jugos que le humedecen los dedos. Cierra los ojos y regresa a aquellas noches indómitas de arena y miel de caña.
El impacto lo devuelve al invernadero. La gran semilla oblonga se ha desprendido del fruto y le ha dejado una mancha. Justo encima de la otra, la que le ensucia el corazón desde que la abandonó golpeándose el abultado vientre en aquel muelle lejano. Las dos indelebles, como todas las manchas de mamey.
EL CAPRICHO
Tienes que ir, es mágico. Pensé que exageraban, la verdad; pero estaba muy intrigado.
Al verlo, sufrí una conmoción. Como si hubieran colocado en el fondo de mis ojos unas diapositivas, que estuvieran proyectándose continuamente en el iris, no veía ya otra cosa que los jardines, el frontispicio: ese Gaudí arrebatado; la torre minarete, el pórtico de entrada, el salón, el diván, el invernadero… Presidido todo por la música y aromas del oriente. Y por aquellas manos como alas, aquellos ojos chispeantes y aquella melena.
Mágico, dije, y el oculista no sabía qué recetarme. Al cabo de un mes, mi vista volvió a ser normal. Es un decir, porque conduzco rumbo a Comillas. Creo que estoy enamoradísimo de la guía.
EL CAPRICHO
Desde pequeño le había gustado construir castillos de arena en las playas del Norte. Conoció a una joven, siempre en la orilla, con medio cuerpo en el agua, ocultando sus piernas, que le animaba a soñar con hermosas figuras de diseños originales y esbeltas torres. El último día del verano le hizo cerrar los ojos y solicitar un deseo. Aquel castillo de formas caprichosas se convirtió en el edificio que todavía hoy podemos admirar en Comillas.
EL CAPRICHO
Me dijeron que trabajaría en la casa más bonita de Comillas, con un invernadero fabuloso en el centro, como si un corazón vegetal le diera vida. Que el sol me acompañaría en los quehaceres diarios: se levantaría conmigo por la mañana, iluminaría el comedor a mediodía y se despidiría de mi cuando arreglara el despacho del señor. Al limpiar las ventanas podrás componer música con el viento, me dijeron, y cientos de flores te saludarán cada atardecer.
Acepté el trabajo, no me engañaron… Pero no me advirtieron que yo me convertiría en el capricho del señorito, hasta que una incipiente barriga me delatara y acabara como bufón a merced de las olas, expulsada por el pecado de amar.
EL CAPRICHO
Se acerca y susurra a los visitantes que «El Capricho» es suyo.
Y así, año tras año, desde el día que murió.
EL CAPRICHO
Se esforzaba cada día por aliviar la congoja de su mujer, por eso no protestó cuando ella, tras despertarlo esa madrugada, dijo que quería salir de inmediato hacia Comillas. Otra huida hacia delante, producto de la frustración por no poder tener hijos. Desganado, el hombre condujo hasta después del amanecer.
Ya en el municipio cántabro, el marido pensó que el nombre del edificio de Gaudí definía bien ese viaje.
“Tendrás que acostumbrarte a mis extravagancias, porque ahora quiero desayunar sorropotún y cocido montañés”, dijo ella. Después, a modo de justificación y para comunicarle lo que él aún desconocía, la mujer anunció que los trillizos no podían nacer con manchas en la piel por un antojo no satisfecho.
“El capricho”
Así la llamaban. Con comillas. Y ella anhelaba que se atrevieran a compartir su historia y la luz de todos los girasoles que atesoraba. Pero eran sus curvas lo que atraía a los visitantes. Y la sal de un millón de lágrimas irisaba las torres incomprendidas de su alma prisionera. Y eran tantos los colores que pintaban su rostro cuando alguien la llamaba amor, que las rosas disparaban sus espinas para protegerla. Era así como los que confundían con barra libre la hospitalidad de sus balconadas no sólo le cambiaban el nombre sino que, con el paso de los años, terminaron por retorcer cruelmente sus columnas y horadar sus nobles cimientos.
EL CAPRICHO
¿Te acuerdas, Mari-Asun?, cuando lo visitamos por primera vez, allá a mediados de los años 80, no te atrevías a entrar por aquella puerta desvencijada. Suelos llenos de cascotes, musgo y helechos crecían entre los baldosines del suelo; por capilaridad la humedad dibujaba olas oscuras de hongos en las paredes; el techo por el que las goteras habían abierto pasos a la luz del sol parecía amenazar con colapsarse de un momento a otro. Nuestro niño, de dos años, en mis brazos, balbucía aquello de: “la buja”. Aleteos de palomas asustadas, un perro callejero y unos gatos abandonados paseaban como únicos dueños de aquella devastación. Tenía razón el niño, la bruja podría salir de cualquier esquina, era lo único que le faltaba a aquella ruina de abandono.
─ Estas, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora, mustio destrozo, fueron en su día el capricho genial de Gaudí para una caprichoso indiano ─ Te dije.
EL CAPRICHO
Dicen que Luz Magaly vino de las Américas como prometida de don Máximo. Los visitantes creen a veces oír su voz diciendo que no le gusta el color de las vidrieras, que faltan arabescos en la cornisa, que deben cambiar la libélula porque le da repelús o que el minarete tendría que ser más alto. Se sabe que era mujer de antojos, de muchos antojos, sin embargo no se conoce de qué murió ni dónde estará enterrada. De lo que no hay duda es de que su capricho salió por un pico, sin embargo, el único de don Máximo, su solícito pretendiente, solo precisó de una pala y un hueco en el invernadero.
EL CAPRICHO
Llegué, vi y me enamoré de El Capricho de Gaudí.
EL CAPRICHO
Cuando era niño le regalaron un juego de construcción y se pasaba las horas muertas levantando la casa de sus sueños, le puso un alminar, la decoró con girasoles y buscó la manera de que tuviera música y un bosque de plantas exóticas dentro. El sueño creció con él y entre las páginas de sus tratados de derecho guardaba el dibujo de una libélula con una guitarra y un gorrión tocando el órgano que reservaba para las vidrieras de las ventanas. Hasta las barandillas de las terrazas recordaban pentagramas con notas musicales. Gaudí se atrevió con su sueño y entre un bosque de castaños, con vistas al mar, levantó una mansión que nunca pudo disfrutar.
EL CAPRICHO
A pesar de que ha pasado por varias manos, él sigue ahí, asomándose a sus terrazas en los días claros, disfrutando de los rayos de sol convertidos en hilos de luz amarilla por las vidrieras y regando las plantas del invernadero. Cuando se cansa de vagar por la casa, se baja a charlar un rato con Gaudí y hablan de todo un poco, de que se ha desprendido una tesela de girasol en la fachada, de Cataluña, de que vuelven a estar de moda sus barbas y bigotes que ahora llevan unos a los que llaman “hipster”. Cae la noche y los dos hombres observan satisfechos su capricho que brilla con luz propia bajo un manto de estrellas fugaces.
EL CAPRICHO
Princesa de cuento, eso es lo que siempre he querido ser: llevar lindos vestidos, tiaras de diamantes, y tener a la puerta de palacio un carruaje con dos corceles blancos. Pero hay cosas por las que no paso: comer manzanas envenenadas o ir besando sapos por las charcas, puag, qué asco. Tampoco tengo intención de pincharme el dedo con el huso de una rueca y tirarme siglos roncando; ni ser la chacha de una madrastra y dos hermanastras, todo el día fregando. Ni hablar. Por eso he venido a este casting y aquí estoy, tumbada sobre diez colchones, con un guisante debajo. Voy a cruzar los dedos porque, de verdad, qué mal anda el patio.
Es un texto de Andreo Campillo
En Comillas hay una mansión. Con ella una leyenda. Su dueño, sólo la pudo habitar dos meses (muriéndose). Los vecinos, cuentan, que por las noches alguien sube por las escaleras de caracol y en la torre se ve el resplandor de una vela. De madrugada, lo han visto pasear por los bosques de castaños . En la sala de juegos, las cartas de póquer se mueven del tapete. Con el amanecer, el pájaro de la vidriera toca el teclado y la libélula le acompaña pulsando la guitarra. -Hay un fantasma- Incluso las flores amarillas de los girasoles que ornamentan la casa. Se giran cuando el sol las mira y algunas mañanas aparecen las cascaras de las pipas que come el fantasma.
El capricho
De niña, mi abuela me hablaba de un emperador indio que adoraba tanto a su esposa, que le regaló una morada donde reposar juntos eternamente.
De jovencita, mi madre me contaba sobre un palacete cántabro envuelto en colores, que olía a música, naturaleza, a verano. Decía que en sus paredes florecían miríadas de girasoles, los pájaros anidaban en sus columnas y en las barandillas de los balcones brotaban hojas de parra y claves de sol… a través de su minarete, un mirador donde contemplar el mar.
Hoy mi abuela descansa, felizmente sola. Mi madre partió soñando un hogar de colores, brisa y música. Yo no padeceré del mismo mal;
Permitir que alguien me ate a la pata de la cama.
El capricho
El jeque Hassad es un tipo de los que apuntan alto. Donde tú ves una colina, él visualiza un castillo y no tardará en encargar su construcción. Andan tensas las jóvenes casaderas del lugar. Hassad ha hecho correr la voz de que desposará a la mujer cuya altura coincida exactamente con el haz de luz que, proyectado desde la torre del campanario, se refleje mañana a medio día en la pared del salón. La colas de mujeres ya dan la vuelta al castillo. Lo que no dice Hassad es que desposará a la elegida en la primera noche de luna llena y, tras yacer en el lecho nupcial, sacrificará su cuerpo en nombre de Alá en el punto exacto que señale el primer reflejo de luna que atraviese la alcoba. Hassad, además de caprichoso, es uno de esos tipos que se toma muy en serio la geometría.
EL CAPRICHO
“Diséñame un palacio”, murmuró, y aquella noche tracé su columna medieval. “Ábreme ventanas, amor”, y fabriqué cristaleras donde anidaba muchas tardes, anochecía enroscada en mi cintura sobre lechos de cerámica multicolor; y mientras sus dedos dibujaban pentagramas en mi espalda, yo arrancaba girasoles de sus pechos para revestir la fachada. Cuando insinuó: “juguemos a escondernos” construí torres mudéjares, pérgolas y minaretes persas donde exprimimos al amor hasta obtener rojos clandestinos, amarillos exaltados y verdes imposibles. Fui Ángel con espada, ella abeja guitarrista o planta trepando capiteles. Imposible negar caprichos a una mujer con rima libre cuando te susurra entre Comillas.
EL CAPRICHO
No solo se escuchaba perfectamente el rumor del océano y el estruendo de las olas rompiendo contra el acantilado; en aquella caracola había muchos sonidos más. Si te la pegabas bien a la oreja, podías oír la danza de algas y anémonas con las corrientes del fondo, el repiqueteo de las langostas en pleno cortejo amoroso, el burbujeo de los galeones enterrados en la arena y hasta el lamento de algún ahogado. A punto estuve de quedármela cuando de repente sonó el canto de una sirena: una voz en falsete muy ñoña, yo es que soy más de clásica y jazz. Así que la devolví al mar y continué buscando conchas por la orilla de aquella playa de aguas turquesas.
El Capricho
Era su flor favorita. Cuando veíamos campos amarillos siempre nos hacía detenernos para observar los girasoles de cerca. Llegaron a convertirse en obsesión cuando hizo colocar en su futura sepultura cerámicas esmaltadas con la flor de las pipas. Sinceramente, a mí me recuerda más al Capricho de Comillas, que a la tumba donde ahora reposa su cuerpo.
El capricho
Aquél verano me llevaron con unos parientes lejanos a pasar unas semanas. A mí no me apetecía, por más que me dijeran que iba a ver el mar y el palacete más colorido de la zona.
Aquellos días no comenzaron bien. Dediqué las primeras tardes a pasear por las calles sin más entretenimiento que contar palomas. Sentada frente a la fuente Tres Caños el cielo se cubrió de gris y las nubes descargaron su agua. Corrí ya mojada bajo un balcón de madera, la repentina tormenta me sorprendió sin paraguas y en sandalias. Bajo el mismo balcón estabas tú, tomándote un helado en chanclas con los pies mojados.
Aquél hombre me acompaña cada día, llenos de recuerdos y de vida.
EL CAPRICHO
Atardece el domingo en La Habana mientras dormito en el malecón de madera caldeada, los brazos cruzados bajo la nuca. Ella surgió ante mis ojos entrecerrados como un alminar altísimo, construido sobre columnas bendecidas de un templo. Buscaba algo allende el mar, burlando el molinete de su parasol para que el astro le iluminara la cara risueña. Le dije: En mi tierra hay una flor que gira igual que usted, señorita. Pero súbitamente desapareció como pañuelo robado por el viento y me dejó el deseo de arraigarla en mi invernadero, sentarla sobre nubes y que la columpie el silbo del aire. No regresaré a buscarla hasta que el palacio esté terminado, amigo Antoni. Como ve no es un capricho cualquiera.
El capricho
Lo más difícil fue capturar el contoneo de caderas de una geisha.
Empezó dibujando un sueño sobre una lámina de aire, con suaves trazos.
Sobre una base de tierra, derramó el baile de la geisha, engarzó en la estela de su danza piedras y cerámicas que avanzaban formando filigranas trepadoras. Oriente y occidente se enredaron entre torres, arcos y columnas, alcanzando el vértice del aire, donde mar y tierra cabían en una mirada. Talló colores en el vacío entre vuelos de cristal, repujó artesonados que abrigaran su sueño y roció la obra con música forjada a fuego, fantasías y girasoles esmaltados.
El orfebre sonrió satisfecho, El Capricho estaba terminado.
El viento remató la joya cubriéndola con una pátina de tiempo.
El Capricho
Veraneando en Comillas conocí a una joven mulata que cuidaba de unos niños. Quedábamos por las tardes. A mí me atraía su manera de acariciar las palabras y su exotismo. Un día dijo de llevarme a un edificio casi derruido que estaba encantado. Saltamos la valla y lo vi rebosando color entre la hiedra. «Huele a mi Caribe», me susurró. Tras presionar con la mano unos azulejos de girasoles de la pared, se subieron unas ventanas vidriadas, que emitieron trinos de la selva. Entramos. Me daba un poco de miedo, pero me olvidé cuando en el invernadero acercó sus labios a los míos y me dio a probar el sabor caribeño. Fue un amor de verano, tropical.
EL CAPRICHO
Huye. Respira. Observa. Se detiene. Salta. Vuelve a correr. Su respiración es entrecortada, cansada. Necesita reposar de todo el tiempo que le ha dedicado a la huida. De hecho ya no recuerda porqué huye.
Una torre se le presenta al final del camino. Escucha el mar al fondo. Un muro de arbustos la envuelve. La admira. Busca un lugar donde guarecerse y poder observarla sin huir. Lo encuentra y se cobija en él. Desconoce el nombre de la torre y de lo que se alberga detrás pero se toma el capricho de detenerse a contemplar su belleza.
Al despertar, observa como la torre se aleja, Como se apaga el rumor del mar y siente la presión de sus muñecas esposadas.
El capricho
Se sentó para buscar la cercanía de Gaudí. Cruzó las piernas como él; caviló, sabía que tenía que tomar una decisión. Pidió consejo al arquitecto ensimismado. La efigie de piedra entretenida en descubrir alguna falla en el edificio, no parecía dispuesta a responder a sus preguntas. La mujer permaneció unos instantes más sobre el frío banco; pero cuando estuvo segura se dirigió al coche, en el que esperaba su amante. Sin mediar palabra, abrió el maletero y sacó su equipaje. Echó a andar. Volvió la vista unos segundos para secuestrar en su retina la imagen de la Villa Quijano y convencerse a sí misma de que aquel amor atolondrado no era más que una extravagancia, un disparate.
EL CAPRICHO
Salí despedida desde la ventana y reboté contra el artesonado del techo. La inercia me llevó luego a impactar contra las paredes, pero por suerte o por diseño, los listones de madera me ayudan a conservar mi energía durante más tiempo. Poco a poco me voy diluyendo y noto, con cada impacto, que mi longitud de onda aumenta. Me siento inmensamente feliz. Para ser sólo una nota emitida por los contrapesos de la ventana de guillotina, es una auténtica maravilla disipar mis últimas vibraciones en la sala de estar de El Capricho de Gaudí.
EL CAPRICHO
Pasábamos los veranos en el barrio de Campios. Tú me contabas historias inventadas, yo cada tarde, al regresar de la playa, aunque me costase gran esfuerzo, empujaba tu silla de ruedas por el paseo arbolado que nos conducía hasta “El Capricho”. Allí me hacías mirar a la vidriera del pajarito, me pedias silencio para que la magia se produjese y el gorrión sobre el órgano entonaba una melodía.
Hermano, nunca te dije que siempre supe que lo hacías tú con la boca.
Hoy, después de tu entierro, me he acercado con la pequeña Estela. Antes de que mis labios emitiesen sonido, ella, bajito, me ha dicho “Calla mamá, quiero escuchar al gorrión”.
Tal vez ha sido el viento.
El Capricho
La noche que llegó, sonriéndome, los ojos comenzaron a llenárseme de girasoles, y nada fue igual. Las piruletas sabían a capricho, los cumpleaños a juguetes, las risas a libélula, la emoción a sus ojos; y la ligereza cuando observaba sus alas de gorrión.
No quería quedarse: Ves, no puedes venir con nosotros, dónde vas tú con tantos adultos, insistí. Suspiró y se fue lenta y triste a aprenderse las tablas de multiplicar; pero le dijo el Tonino que era muy chica y la llevaba a casa; al llegar con una rápida coz echó un pie junto a la puerta abierta, se puso sin sentimientos, y se la llevo de nosotros para que abrigara su Minarete y desapareciera como un sótano.