56. El charlatán de humo
Estábamos en el río pasando la tarde, como tantas otras durante el verano. Escuchamos alboroto procedente del pueblo, al principio no le dimos más importancia que a la pesca de pececillos. El ruido fue en aumento y decidimos acercarnos hasta la plaza donde vimos congregados a todos los habitantes, incluso a mi abuelo y sus tres compañeros de cartas. Algo importante debía ser aquello para que hubieran interrumpido su partida de mus. Haciéndonos un hueco entre la muchedumbre, pudimos observar al orador provocante del tumulto que escuchaba entusiasmado.
Hablaba de un país extraño, donde la gente se mira a los ojos, es feliz y tiene tiempo para conversar. Dónde se enamoran del alma y se envejece acompañado. El extranjero, tras una larga verborrea, extrajo un sombrero de una maleta que llevaba consigo, del que salió una espesa niebla. Cuando disipó, tras unos largos segundos de incertidumbre, el hombre había desaparecido y con él gran parte de los presentes. Los pocos que quedamos en la explanada nos miramos sin saber si reír o llorar.
Unas jornadas después el forastero regresó al pueblo anunciando su presencia. Esta vez sin charla previa, la niebla envolvió todo y después tan sólo quedaron las piedras.
Un relato intrigante. Yo prefiero quedarme con la ilusión de que el extranjero se llevó con él a todos los habitantes del pueblo a aquel país de felicidad.
Suerte. Un saludo.
No tengo la menor duda: Yo me apuntaría el primero para ser envuelto por esa niebla y pasar a otra dimensión, en algún lugar de un extranjero mágico, mucho más amable y sencillo que la que conocemos.
Un abrazo y suerte, Blanca
Muchas gracias Ángel, desde luego que tiene buena pinta el lugar del que proviene el extranjero.
Un saludo
Gracias Sara,
Eso quiero pensar yo también, que finalmente fueron todos los habitantes con el extranjero.
Un saludo