50. El Chispeo Universal
En nuestro mundo chispea desde que se tiene memoria, y lo hace sin pausa y del mismo modo siempre. Uno no puede mirar la hora —por poner un ejemplo— sin que le caiga una gotita en el reloj, pero sí dejar una nota junto a su cuerpo —por poner otro— sin que el agua llegue a emborronar las razones del suicidio, situaciones inventadas ambas con el solo fin de que se hagan una idea de cómo llueve aquí, donde la gente es tan feliz, en realidad, que nunca le preocupa si es tarde o temprano ni tiene el menor deseo de quitarse la vida.
Nos hemos acostumbrado a amar lo predecible. A mirar con gusto esas espaciadas gotas, como pruebas de pintor que calibra el gotelé si caen en el suelo, como latigazos en la espalda de un reo si caen en la pared. A decidir por razones no climatológicas si salimos con paraguas o sin él. A entornar sin rabia los ojos cada vez que miramos al cielo. A tratar con infinita paciencia a ese vecino que entra al ascensor sacudiéndose a manotadas la ropa y que, tarde o temprano, antes de bajarse va a decir: «Está chispeando».
La lluvia, en este caso fina, que durante años identificábamos con el mal tiempo, desde no hace mucho y cada vez más sabemos que es providencial, por necesaria y, sobre todo, por escasa, con lo que el concepto sobre este asunto ha variado totalmente. Para los habitantes de tu mundo llover forma parte de su naturaleza, de tal modo que, lejos de estar amargados, son felices, además de pacientes con el vecino, por mucho que su conversación de ascensor sea previsible. La molestia continua transformada en dicha permanente, eso sí que es buen talante y una idea original.
Un abrazo fuerte y suerte, Enrique
Muchas gracias, Ángel. Particularmente siempre he tenido un amor irracional a la lluvia (a la nieve ya ni te cuento), al que las circunstancias, por desgracia, han ido dando fundamentos. Ojalá pudiéramos estar siempre alegres y felices, independientemente de lo que nos toque vivir, que sepamos mantener el tipo ante lo irremediable y podamos enfrentarnos a lo que sí tiene arreglo. Un fuerte abrazo, amigo.
Mira que yo soy más bien de secano, pero tu relato me ha resultado tan encantador que la próxima vez que chispee por aquí voy a salir a dar un garbeo bajo la lluvia.
Un besazo y mucha suerte, Enrique.
Muchas gracias, Ana María. Un honor para mí que el relato te haya provocado esa motivación. Al final parece que tendremos que hacernos todos de secano, así que esa ventaja que nos llevas.
Otro besazo para ti.
Me gusta, has creado un blade runner “a la española” . Normalmente lo predecible nos aburre, sin embargo me da que pensar, quizá debería ser más apreciado por nosotros, la vida cotidiana sin sobresaltos resulta en muchos casos agradable.
Algo así debe de ser eso que llaman zona de confort. Yo hay veces que la necesito. Mis aficiones las podría practicar en esa rutina diaria sin sobresaltos. Pero no siempre puede elegir uno.
Muchas gracias por pasarte, Rosa. Un abrazo.
Enrique, me encantan las imágenes de las gotas como gotelé o latigazos, y también lo de salir con paraguas por otras razones no meramente climatológicas.
A mí también me gusta la lluvia, imagino que su ausencia habitual en mi ciudad la ha convertido en un acontecimiento. Aunque también es cierto que no sé si podría acostumbrarme a vivir sin ver el azul del cielo. En cualquier caso, mejor chispeo que diluvio.
Un abrazo y suerte.
Muchas gracias, Rosalía. Me alegra saber que te han gustado esas imágenes. Cuando las escribí pensé que podían resultar estridentes. A mí también me gustan los días de sol, aunque me parecen más bonitos si antes ha llovido (de esa lluvia sin connotaciones bíblicas, jajaja).
Un abrazo y suerte para ti también.