112. El de los dos extraños en un tren
Había escuchado mil veces el del indio gorrón, pero en versión gangosa y en boca de aquel tipo ganaba muchísimo. Fue el primero de una larga retahíla. Yo, que había subido al vagón sin ganas de ver a nadie y mucho menos de que me hablaran, al poco de sentarme a su lado ya estaba riendo. Salvo por un par de conversaciones intrascendentes, pasamos así el viaje entero, contando chistes –incluso yo me animé a contar alguno–, tan enajenados de todo que cuando quisimos darnos cuenta él se bajaba en la siguiente. Decidí contarle entonces uno cortito, a modo de adiós, pero rompiendo de repente con su anterior simpatía ni me prestó atención. Se levantó y cogió sus cosas, se despidió escuetamente y se fue. Por la ventanilla lo vi salir. Parecía otro, y no solo por el abrigo y el sombrero; en su semblante se podía leer que todas aquellas historias graciosas, que durante largo rato fueron ocupando su pensamiento, habían desaparecido ahora por completo, cediendo su lugar a otra algo más seria: la de uno que baja del tren y avanza despacio —anhelante y temeroso— buscando una mirada entre el bullicio del andén.
Me resulta atrayente tu relato, aparte de por lo que cuenta y como lo cuenta, por lo realista de la historia. Aunque yo casi lo asocio a otros tiempos; ahora, con tanto dispositivo electrónico, auriculares y demás, aparte del temor que puede suscitarlos el desconocido y lo desconocido, parece que muchos evitarian trabar contacto con su vecino. También comprendo perfectamente a ese que fuera de su ámbito habitual puede dar rienda suelta a sus otros intereses, donde no va a ser controlado ni criticado. Los motivos…cada uno puede poner los que les parezca. Me ha gustado, Enrique. Saludos y suerte.
En efecto, Jesús, dejo los motivos de cada uno sin mencionar, quizá porque poco vienen al caso. Lo importante es eso que apuntas sobre que el personaje está fuera de su ámbito habitual (el otro también en realidad y, por extensión, casi todo el que se desplaza de manera ocasional). Comparto también contigo lo de asociar esta situación al pasado, por motivos como los que tú apuntas y otros más como, por ejemplo, la disposición antigua de los asientos, enfrentados y en compartimentos para seis u ocho personas. Me alegro de que te haya gustado.
Muchas gracias por tu interés y un abrazo.
La contraposición de un personaje hablador, alegre, despreocupado frente al cambio de ese mismo personaje a persona seria, preocupada, reconcentrada, es el gran éxito de tu relato que nos muestra, muy gráficamente, la volubilidad humana, sus contradicciones y, también, sus carencias.
Muy bueno, Enrique. Un saludo.
Creo que has resumido perfectamente mi principal intención, Manoli. Encuentros como el de estos dos personajes a menudo provocan reacciones similares: actitudes totalmente contrapuestas a las habituales en ellos. El narrador había dejado atrás, al subir, una experiencia negativa, y el otro, al bajar, se disponía a encontrarse con una que, quizá por su trascendencia o connotaciones sentimentales, le inquietaba. Pero al menos durante el tiempo que comparten en el vagón toda la seriedad de sus vidas deja de existir.
Muchas gracias por pasarte y comentar.
Un saludo.
Muy curioso cómo hilas al personaje alegre y divertido cortado de pronto al llegar a su destino. A veces, con desconocidos, es cuando el verdadero yo sale a relucir o quizás, el tipo necesitaba un rato de diversión antes de someterse a los estrictos dictados de su trabajo. Sea como sea me ha gustado. Un saludo, Enrique.
Cuando terminé este relato y se lo ofrecí a unos amigos para que lo leyeran, les hice precisamente el mismo planteamiento que tú apuntas. Particularmente no tengo muy claro cuándo somos más nosotros mismos, si en situaciones así o en nuestra vida habitual. Supongo que habría que preguntarse qué facetas de nuestro verdadero yo, y en qué grado, reprimimos en uno y otro caso.
Muchas gracias por todo, Macarena. Me alegro de que te haya gustado.
Un saludo.
Enrique, tu relato es atrapador, su realismo te hace simpatizar con el personaje y entenderlo. Suerte y saludos
Muchas gracias, Calamanda. Pienso que hay un momento de la historia en el que se puede esperar algo más de lo que finalmente ofrece, pero solo he querido mostrar dos personajes en una situación «real» (como tú bien destacas) y, por lo tanto, asequible a la hora de conectar con ellos.
Gracias de nuevo y saludos.
Enrique, tu relato es una maravilla. Fragmentos de un pasado remoto en el que la gente charlaba alegremente en el bullicio de un viaje sin destino fijo muestran la memoria histórica que aún conservamos algunos. Creo que te lo han dicho ya en algún comentario anterior, pero yo también quiero mencionarlo. Esto que he citado en la primera frase indica que, gracias a la tecnología del presente y del mañana, se está perdiendo el contacto del ser humano. Creo que es una de las cosas que refleja tu relato. Y a ti, como autor suyo que eres, te pregunto, ¿es una especie de crítica contra los refugiados del portátil o el teléfono móvil?
Muy generoso tu comentario, tanto como tu valoración, y muy interesantes tus observaciones. En efecto, las nuevas tecnologías han modificado enormemente nuestro modo de relación, aunque pienso que habría que valorar positivamente algunos de esos cambios, como por ejemplo el que sea posible que nosotros podamos mantener esta «charla». Es indudable, no obstante, que hay algunos negativos, como la pérdida de ese contacto humano más directo al que aludes, y del que todos los que tenemos cierta edad guardamos buenos recuerdos. Con todo, mi primera intención era mostrar cómo situaciones como la que muestro suponen una especie de burbuja en nuestras vidas, dentro de la cual a menudo nos comportamos de modo muy diferente al habitual.
Muchas gracias y saludos.