81. El delirio de los narcisos
Me sabías tuya. Siempre adoré tu mágica mirada abismal y curva. Tus ojos se adueñaron de mi voluntad, de modo que, aunque los meses pasasen, eran el paisaje de mi certeza. Es verdad que, quizá, ese fue el origen de las bajas pasiones, de mis vicios por captar la agitación de otras miradas, cuando nuestros lugares comunes del amor parecían desviarnos. Acaso, por ello coleccioné los ojos de todos mis amantes, los arranqué con ternura y los deposité con el decoro de un campo de cerezos. Para que me miren. Tú me conocías bien: te los quitaste solito. Y me los enviaste por correo certificado. Les otorgué un lugar privilegiado en mi vitrina carmesí. Sabías que no dejaría de llamarte para halagarlos.
Buen texto, Antonio ya desde el mismo título, muy acertado.
.saludos
Muchas gracias, Manoli, por pasarte por aquí y por tu comentario. Un abrazo