89. El deseo del abuelo de Cosme (Juana María Igarreta)
Cuando Cosme cerró aquella tarde la puerta de la relojería, dejó cincuenta años de su vida atrapados entre sus paredes. El tiempo había fluido sin detenerse dibujando profundos surcos en el rostro del relojero. Antes de salir observó por última vez los relojes que salpicaban el lugar, envidiando el riguroso compás de sus mecanismos. Para sí lo quisiera su agitado corazón. Sus constantes arritmias le habían obligado a vender el veterano negocio familiar.
Cosme fue generoso con Juan, el nuevo propietario, pero una singular condición figuraba en el contrato de traspaso: “Que el viejo reloj de péndulo que preside el escaparate permanezca siempre en marcha y en la misma ubicación hasta el cierre definitivo del establecimiento”. Las agujas de este reloj enhebradas con el hilo del tiempo tejieron las primeras horas de andadura del local y debían también hacerlo las últimas. Así se cumpliría el deseo del abuelo de Cosme, fundador de la empresa.
Poco tiempo después Juan leyó la esquela de Cosme en el periódico y acudió al entierro. Cuando volvió su llave no abría la cerradura de la tienda. Y el viejo reloj de péndulo había desaparecido.
Un artesano en el más amplio de los sentidos, un hombre unido a su trabajo y, singularmente, a un viejo reloj, con el que comparte ritmo y latidos. No podía entenderse la existencia de uno sin el otro. El abuelo Cosme sabía lo que se decía.
Un relato bien contado, con dosis de magia y toque de cuento.
Un abrazo y suerte, Juana María
Gracias por comentar, Ángel, y encima hasta al último relato. Lo que haces es impagable. Si te parece que lo he contado bien y además has encontrado algo de magia y toque de cuento, me doy por más que satisfecha. Un abrazo