16. EL EFECTO MARIPOSA (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Poca lectura había, para mí, un niño, en aquel cuarto de costura de mis primas en las Callejas de Rubayo; solo la revista “AMA”, el “HOLA” de los años cincuenta. La cerrada España se asomaba al exterior por aquellas páginas. La divina soprano María Callas, la bella Soraya, sustituida por infértil por la Farah Diva y sobre todo Paola de Bélgica. A esa rubia la peinaban con la forma de un algodón de azúcar, dulce que por aquellos años, por la película Pollyanna, empezó a popularizarse por ferias y romerías. Las chicas, aún las recién púberes, pedían peinarse a “lo Paola”. No, no se fumigaban la cabeza con un “fliss”, aquel trasto en forma de bote pegado a una bomba de bicicleta, sino con un invento, que con solo un dedo propulsaba chorros de laca micronizados por la presión de escape de los gases clorofluorocarbonados, los CFC.
Así, Beatriz Anna Cabot Lodge, la hija del embajador americano John Davis Lodge, se paseaba en un descapotable por la Gran Vía madrileña sin despeinarse.
Y en la cordillera de Los Andes, vicuñas, llamas y guanacos empezaron a despeñarse ciegos de cataratas. Y los melanomas de los tanoréxicos se multiplicaban año tras año.
Todo tiene una consecuencia, más en un mundo cada vez más globalizado. Quién iba a imaginar, cuándo surgieron los espráis, que serían tan dañinos para la capa de ozono, un filtro gaseoso en las alturas que la gran mayoría de la gente no sabía ni que existía hasta que fue motivo de noticia y de preocupación. Pero no hay nada que pueda estar oculto durante mucho tiempo. Al menos, en este caso, parece que, tras el problema, se halló la solución.
Interesante repaso a la vida cotidiana de los años cincuenta en un país que quería despegar, pero seguía a años-luz del verdadero progreso. La laca, como cualquier cosa, también tiene su historia.
Una brazo, Jesús.
Gracias, como siempre te paras a leerme, a mí y a todos, eres el auténtico guardián de blog. Un abraza, Ángel.
En una respuesta a un comentario de tu escrito anterior, nos brindabas, categórico, que “Lo prometo, Seré más positivo.”
Si la historia del spray con los moños de moda y el despeñarse ciegos los animales que sobrevivían por los Andes, la consideras positiva, qué poco ánimo nos dejas a los que nos consideramos ecologistas. Esta vez, ni se me ocurre decir que me ha gustado tu escrito. Me ha deprimido y van dos veces.
Vamos hombre, son claro-oscuros de la vida que hay que saber sobrellevar. Alégrate de que la ciencia logró dar con la causa del agujero del ozono y su remedio. Si los sprays hubieran sido descubiertos 100 años antes hoy no existiríamos. No me digas que no es para alegrarse.
Un abrazo, Miguel.
Cuantos recuerdos me traes con las portadas del Hola o el Ama, que se amontonaban en las casas y las peluquerías de mi infancia. Con esas revistas comenzó mi «conciencia de clase» al encontrar tantos palacios dorados sustentados por la miseria del pueblo. En fin, hasta esos derroches de laca que creíamos inocua contribuyeron al cambio climático.
Hola, Paloma. Este año me he quedado sin veros. Una pena.
Sigo con los libros sacramentales de Liérganes. Cuando termine el índice lo subiré a la web de ASCAGEN para quien quiera lo consulte.
La cosa más sencilla o insignificante siempre tiene sus consecuencias. El efecto mariposa.
Muy bien contado, Jesús Alfonso. Mucha suerte.
Besos.
Gracias,Pilar, por leerlo y comentarlo.