76.El ejército rojo
La vida de mi hermana Martina cabía en un puñado de células. Las más rojas y brillantes que un cuerpo tan menudo como el suyo era capaz de crear. En cada inspiración arrastraba consigo todos sus sueños infantiles y los hacía rodar por interminables senderos que se dispersaban en su interior. El oxígeno viajaba a toda velocidad por una montaña rusa de color carmesí, y mantenía sus mejillas encendidas el mismo tiempo que duraba su risa. Pero, antes de que nuestro juego terminara, su piel volvía a palidecer y el escuadrón de hematíes se batía en retirada.
“Se han quedado sin escudos”, decía nuestra madre mientras le inyectaba su dosis de hierro.
Ella solo hacía pucheros, pero yo me estremecía con cada pinchazo. Por eso, al irnos a la cama, cambiaba el pulgar en su boca por la chimenea de mi locomotora. Confiaba en que aquella misión de contrabando fuera útil para sus soldados.
Funcionó. Un día aparecieron nuevos batallones ondeando la bandera encarnada.
Ese ejército rojo victorioso no reconquistó Europa, sino el cuerpo de una niña necesitada de defensas. Por suerte, tenía una madre, sobre todo, con cariño y constancia para aplicar remedios a ese organismo que por sí solo no era capaz de entonarse.
Ingenioso, didáctico y entrañable relato.
Un abrazo, María, Suerte
Hola, María.Nos regalas un cuento esperanzador. Frente a las «injusticias» que, en ocasiones, presenta la vida y que (sobre todo al verlas anidar en los niños, débiles o indefensos) puede hacernos dudar sobre tantas cosas… También puede que el amor y la medicina consigan destensar su tenazas y aliviar sus efectos de alguna forman. Como curiosidad, tu relato me hace evocar un libro ilustrado que leí de chaval en el que aparecían esas batallas entre un ejército de leucocitos y todo tipo de invasores. Un saludo y suerte-
Un cuento enternecedor, María. Muy bonito