44. El eterno pasado (Antonio Bolant)
Hace tiempo que amigos y familiares sólo existen sobre una mesa, revueltos en trocitos de pasado inerte a los que el oscilar del péndulo de un reloj de pared proporciona un tenaz contrapunto. Sentado frente a la mesa, el anciano sostiene uno de esos recuerdos en sepia. No deja de acariciarlo con su pulgar, con la misma cadencia del péndulo, mientras sus pensamientos viajan tan hondo que no advierte que el reloj se ha parado al tiempo que las imágenes de las fotografías han comenzado a moverse: tiovivos y norias que giran, gente caminando por las aceras, ramas mecidas por el viento… Tampoco se da cuenta de que el paisaje tormentoso de la foto que sostiene empieza a relampaguear, ni que, refugiados bajo un porche, rostros nunca olvidados sonríen bajo el vaivén de su pulgar.
Cuando el péndulo reanudó su oscilar tras el fulgor de un último relámpago, el anciano ya no estaba allí.
Las facturas no tardaron en echarle de menos, pero sólo una cama deshecha y cacharros por fregar atestiguaban su presencia anterior. Repararon en las fotografías de la mesa, pero desde nuestra dimensión les resultó imposible observar cómo dentro de ellas se estaban sucediendo los reencuentros.
Abrir la página y ver tu nombre ya ha sido un regalo. Leer tanta belleza me ha devuelto el placer que me provocaba leer tus relatos y micros, que hace tiempo los echaba de menos. No se puede contar una historia tan melancólica y tierna con más gusto y magia.
No sé si irá al libro, pero sí que va de cabeza mi libreta, esa libreta que tú conoces. Ya verás lo contenta que se pone.
Un fuerte abrazo.
Un hueco en esa libreta tuya es para mí un honor. Me consta que has ido acumulando en ella verdaderas joyas, por lo que es un premio que dudo merecer, pero que te agradezco en el alma.
Gracias por comentarme, Pablo. Volver a escribir después de tantos meses de sequía y volver a encontrarte debajo de este relato, me ha dado un chute de alegría.
Ha sido un placer volver a conversar contigo, aunque sea a través de este comentario.
Un fuerte, fuerte abrazo.
Un anciano, único superviviente entre muchos individuos que formaron parte de su vida y hace tiempo que la dejaron, tiene en las fotografías la prueba de una existencia ya finiquitada también, la suya, aunque aún se encuentre en ella. No hay nada que le ate al mundo de los mortales. El tiempo se detiene para él y así puede cruzar a esa dimensión a la que pertenece, su trayectoria ha terminado. Antes o después le declararán desaparecido, pero tampoco va a echarle de menos nadie. Él está donde debe estar, en ese pasado que será su presente y futuro, con los suyos.
Un relato original, bien contado y esperanzador, en tanto da por hecho que la muerte no es el final, con toques de realismo mágico, en el que las imágenes se resisten a ser un mero soporte físico, para convertirse en una puerta. Con el simbolismo de un reloj que habrá de detenerse alguna vez para cada uno de nosotros.
Me alegra leerte siempre, Antonio, porque es un placer.
Un abrazo y suerte.
No deja asombrarme la exactitud con la que desgranas las historias que comentas, Ángel, y eso sólo puede ser debido al respeto e interés con el que las lees y a tu grandísima capacidad de lectura.
Gracias una vez más por pararte a comentar mi relato y, sobre todo, enhorabuena por todos los merecidos reconocimientos que esta página te está otorgando.
Eres un lujazo para todos nosotros.
Un abrazo enorme.
La magia del recuerdo, un agujero negro que engulle el soporte físico al reino de las emociones. Últimamente no hago muchos comentarios, pero no podía pasar por alto este relato. Como siempre, Antonio, relatazo. Un abrazo.