58. El extranjero
A mi paso, las ventanas se cierran y las calles se vuelven silencio. Los vecinos esconden a sus hijas y a sus mujeres, las miradas matan desde los portales, el temor acecha tras los visillos. Los únicos ruidos, la cadencia de mis pisadas, la carga de una escopeta y el ladrido de algún perro. Desde el puente que levantó mi abuelo, echo la vista atrás para ver cómo el pueblo se recompone sin mi incómoda presencia. Sigo el camino. Me alejo de la tierra de mis antepasados, donde todos esos colonos pisotean ahora el suelo en el que nací.
Lo de «nadie es profeta en su tierra» le viene a tu personaje como anillo al dedo, aunque en su caso el significado llega al extremo, pues sufre un rechazo total por parte de unos advenedizos que han hecho suyo lo ajeno, expulsando a su legítimo habitante.
Un relato en el que laten el odio y el temor irracionales hacia lo que se cree desconocido.
Un abrazo y suerte, Rafael.
Gracias, Ángel. Siempre ahí, siempre certero. Eres nuestro sol de Egipto. Un abrazo.