125. El final de una historia de la radio
Kumaglak y Qamut eran amigos y, por lo tanto, rivales. Durante años compitieron por el amor de Availuk, que harta de ellos se acabó marchando con un inuit que trabajaba con los qallunaat. El día en que alguien les habló de aquel extraño certamen, se propusieron ganarlo.
Consiguieron un mapa y buscaron la ciudad a la que tenían que llegar. Les pareció lejana. Qamut dijo que iría por el este, la ruta más corta. Kumaglak decidió tomar el camino del oeste.
Tuvo que dejar el trineo y casi todos sus perros –sólo necesitaba llevar uno– cuando llegó a regiones donde no caía casi nunca la nieve. A Kumaglak le asombraba la cantidad de fronteras que había. Se hizo todo un experto en cruzarlas de noche.
Mucho tiempo después de haber partido, Kumaglak alcanzó por fin la ciudad. Comenzó a preguntar en la lengua de los qallunaat por el edificio en el que tenía que presentarse. La gente le miraba asombrada. Alguien le dio la dirección. Se dirigió allí. Cuando se acercaba, vio a Qamut. Casi se había olvidado de él. Corrió para llegar antes que su rival. Corrió. Corrió.
Curiosa situación, que me recuerda al querido José Isbert en Historia de la radio.
Muy agradable y fácil su lectura, a pesar de los nombres nórdicos.
Este primer comentario te desea suerte.
Juan Pedro, coincido en el recuerdo con María jesús. Original tu planteamiento. Suerte y saludos